El Visitante de Crucifixia
I
El día que Piero Delacroix arribó a Hurdenia era uno lleno de augurios siniestros, el enviado de Su Excelentísima para visitar a la peregrina baronesa llegada de Cuatro Cruces, escrutó el puerto de Hurdenia con sumo cuidado.
En todo el imperio se había corrido la noticia de los espantosos acontecimientos de Hurdenia. La noche en que Angello Azkkara ardió junto al hereje Sávola, la Ecclesia optó por cerrar las entradas al puerto y notificar que éste permanecería cerrado hasta que se verificase la situación de este. Los hechos y noticias de salvajes enfrentamientos entre las ambas facciones religiosas extremistas y sus partisanos, habían mantenido a raya a todo el mundo, desde saqueadores, asaltantes de caravanas enviadas por manos humanitarias que quizá buscasen apoyar a los que peor pasasen aquel tiempo infernal, buscavidas y mercenarios. Al poco, la situacion había ya degenerado al grado que hasta secuestros y desapariciones orilladas por el hambre eran noticias frecuentes.
Y Crucifixia Cultellus quedó aislada en aquel remanso violento y brutal. Poco se había sabido de ella durante aquellos días demenciales. Pero al fin, una nota llegó al claustro de Saint Ethien, la próxima parada de la procession de Crucifixia hacia Sacraterra.
En ella, la noble anunciaba que estaba postrada debido a una enfermedad nerviosa a consecuencia de los hechos pasados y que además de todo, temía por su vida tras sufrir un asalto a su persona aquella noche de fuego y sangre. Según la nota, la noble estaba en un ayuno de palabra, alimento y luz permaneciendo encerrada en una habitación oscura donde oraba día tras día aguardando que la violencia se calmase. Como consecuencia, una escuadra de Guardias Inquirientes Guerreros fue despachada hacia Hurdenia con la orden de pacificar a toda facción revoltosa a cualquier precio contando con carta abierta para esto.
Y Piero Delacroix iba encabezando dicha misión santa. Junto a el iban una treintena de caballeros inquirientes menores, cada uno con su mozo acompañándolo con sus herramientas santas en la lucha contra la herejía. Artilugios mecánicos de tortura al servicio de la fe para volver al redil a los inserructos blasfemos.
Tras su paso por las villas y colonias alcanzadas por las luchas entre facciones religiosas extremistas contrarias, los caballeros ortodoxos había aplicado poderosa mano de hierro sobre quienes no se pacíficasen voluntariamente, dejando tras su paso, siniestros bosques de árboles cargados con racimos de cadáveres mutilados.
El Fratellum Piero Delacroix era uno de los mas encarnizados enemigos de la herejía, al servicio del Princeps Patris, había crecido en los claustros elevados de la dorada Hyerosolimá siendo educado en la facción mas hermética y ortodoxa de la fe Dolya, había sido preparado desde joven para guerrear en todos los campos contra el maligno siendo experto en armas blancas y lucha cuerpo a cuerpo además de ser un verdadero erudito en saberes prohibidos y en exorcismos variados.
Y de todo el clero, era quien mejor aplicaria la ley de su Excelentísima con puño de hierro sobre quien lo ameritase.
Viajaban por los bosques circundantes a la ya cercana bahía de Hurd, lugar del emplazamiento del Puerto de Hurdenia.
Lo que el Fratellum sabia de lo ocurrido no le dejó la opción de moverse sin su comitiva a la que tenia pensado emplazae en la villa mas próxima, dos jornadas atras de viaje. Ahora, ya tan cercanos a las puertas de la ciudad, comenzaban a notar las densas humaredas, el aceitoso y pestilente aroma de los cuerpos carbonizados. Un horrible sentimiento comenzó a presionar el pecho del inquiriente bajo la poderosa pechera de su armadura ligera. El número de horrores iba superando con creces todo lo que el soldado del altísimo había vislumbrado en toda su miserable existencia de ayunos y ritos salvajes de confesiones forzadas, in extremis apresurados y exorcismos desquiciantes.
El número de endemoniados que había pacificado o martirizado en aquellos demenciales días siniestros era cuatro veces mayor al numero total de posesiones infernales que había asistido en todos los años de servicio anteriores juntos. El aura del oscuro señor del infierno se alzaba como bandadas de moscas al paso de los soldados del mas alto. Piras humeantes de muertos por alguna peste extraña, fulminante y desconocida se alzaban en montículos fantasmales. Entre la brumosa niebla de impuros óleos, mezcla del hollín de cientos de hogueras y cenizas momificadas, algún pobre diablo exhalaba el último aliento.
Ante el Inquiriente se hallaba la entrada a la fantasmal villa portuaria de Hurdenia humeante de sangre, señorío de las parkas.
Los edificios se apretaban uno contra otro en una larga hilera, la decadencia se había apoderado de aquella otrora límpida urbe. La famosa mancha negra de los puertos, que era a donde los barcos de toda ralea llegaban con las mas variopintas cargas llenando de todo tipo de excreciones y basuras, las baldosas era poco menos que un pantanal mefitico lleno de costras negras y humeantes.
Diez pestes no hubiesen causado tal estrago en un sitio antes rebosante de vida, alimañas, ratas, gusanos, lombrices y moscas se habían apoderado de aquel puerto y la sonriente muerte verde extendía su báculo de infección sobre todo.
Y el fuego que había arrasado con lo que la peste, la locura o la muerte no lo había hecho había corrido libre sin que ninguna mano intentase apagarla.
II
El viento hediondo a mil muertos del puerto infernal le dio la bienvenida al embozado ejercito de exorcistas. Una bandada de mirlos fantasmales emprendieron el vuelo en algún lugar, a lo lejos, entre los montículos de muertos mas frescos.
- Alisten de inmediato la Jaula. - Habló el fratellum Delacroix, su voz bien modulada no encajaba del todo con su corpulencia minotaurica de músculos compactos pero poderosos.
Los fratellum restantes se dieron a la tarea ingrata y carroñera de comenzar la fabricación de la herramienta exorcista mas poderosa conocida por la hermandad milenaria Dolya.
La confección primaria de dicha herramienta sagrada se perdía en lo mas oscuro y blasfemo de la historia. Se sabia que antes de la Primera Venida, la Jaula había sido empleada por las paganas hordas salvajes de nigromantes del oeste, extintos antes de la Proclamación de San Jacinto. Los santos hermanos Tsegurios poseyeron los secretos mas prohibidos y fueron los encargados de la custodia de aquellos saberes prohibidos.
Benedicitis I, el Casto, proclamo una bula que prohibía la practica de tales saberes bajo pena de Muerte al transgresor y su orden. Era claro que solo los fratellums podían acceder a dicho saber tan vedado a todo ojo, y fue la orden Tseguriana la que se valió de dichos saberes con la noble pero ingenua labor de saber como la humanidad podía servirse de ellos.
Pero todo saber oscuro no produce mas que oscuridad y falsa luz. Los Tsegurianos fueron perseguidos al saberse de sus tratos impíos y exterminados hasta la totalidad por ordenes del Princeps Patris.
Pero, ya que los saberes habían sido desentrañados y conocidos, la orden recién nacida de Inquirientes caballeros, todos nobles guerreros piadosos que ajusticiaran a los blasfemos Tsegurianos desde el mas anciano hasta el mas joven, fueron los herederos de sus víctimas.
A esta noble orden de fanáticos guerreros asesinos era a la que el buen señor Delacroix y compañía pertenecian, y por ello se sabia del material de la jaula.
Un armazón fuerte de huesos humanos, todos seleccionados cuidadosamente de cadáveres diferentes, todos hermanados entre si por gruesas cuerdas de cañamo, cabellos de vírgenes poseídas y conjurados en nombre de lo mas siniestro.
Matrici Neydn...
Ningún inquiriente supo o se intereso en saber de la identidad de la deidad que invocaban con aquellos paganos artilugios prehistóricos, solo sabían que era la mas efectiva forma de exorcismo éficaz contra las huestes tenebrosas del infierno. Ningún genio, grande o pequeño, podía resistirse al conjuro de abjuración de Neydn por medio de la Jaula.
- Necesitamos la base de canillas de anciano; para los barrotes prymus, sekundys y terkio que serán fémures... deben ser de hombres en edad viril.
Los sacerdotes comenzaron la pesquisa con la frialdad y profesionalidad de un forense, tal seguridad sin duda se debía al método largamente perfeccionado.
Conforme la comitiva avanzaba entre el lodazal y cadáveres, la jaula iba siendo ensamblada, para cuando llegaron a la plaza frente a la que estaba el anterior palazzo Azkkara, la prehistórica herramienta al servicio de la fe había quedado lista.
Y al fin, tras largos días de viaje y extenuantes jornadas de exorcismos y abjuraciones, los fratellum estaban frente al sitio donde la Beata Crucifixia Cultellus aguardaba ser salvada por ellos.
III
El interior ddl Palazzo era un contraste abrumador con el exterior, era un cuadro sacado de una dimensión completamente ajena al caos y muerte del exterior.
Los altos muros interiores con sus cerrados baluartes protegían el jardín interior de las emanaciones de muerte de las calles.
Delacroix asoció el aroma que flotaba en el aire era una mezcla entre canela y vainilla, un lejano toque de rosas seguramente proveniente de algún ingenio de ventilación e inciensos sacros sin duda. Punto a favor de la Baronesa ante los verdes ojos del fratellum, los Inquirientes sabían que los olores insanos eran causas de muchas enfermedades, muchas de las cuales mortales en un ambiente de guerra. En aquel ambiente apocalíptico, sin duda serian la causa inherente de la mortandad tan grande contemplada en el exterior.
Los recibieron algunos sirvientes de la Baronesa enfundados en sayales con capucha y con la mascara de la peste en el rostro, sin duda para protegerse de las emanaciones mefíticas de Hurdenia. El puerto entero era un cadáver pestilente y pútrido, pasto de carroñeros y nido de moscas.
La cittè Infernal... - pensó Delacroix recordando un poema bohemio que escribiera de muy joven durante una borrachera, en ella vislumbrara el Reino del Sonriente Oscuro, de hecho, tal visión fue la que empujó su antaño vida descarriada al redil mas extremo y fanático del altísimo.
Y ahora Delacroix se sentía en ese poema demencial.
Pero en el jardín interno del palazzo del quemado y difunto Arcipreste no había rastro de muerte, solo una quietud sombría, llena de augurios...
Y belleza.
Un límpido estanque proporcionaba agua potable para los escasos sobrevivientes, las arcas del Arcipreste estaban fuertemente aprovisionadas en algún lugar de los sótanos al cuidado de los soldados traídos de Cuatro Cruces por la Baronesa. Según se enteró, los sobrevivientes habrían prodigado durante un tiempo breve, sustento a los menesterosos mas necesitados, mujeres, ancianos y niños primordialmente.
Durante los primeros días se dejó ver que la desesperación no tardaría en enloquecer a todo Hurdenia. La soldadada de la Baronesa sufriría muchas bajas durante aquel día y mas aun tras el intento de saqueo del Palazzo. Y de los siervos mas cercanos a la Baronesa, era Jean Phillip Bellmonte el que podría informarle con mayor claridad al inquiriente Delacroix la locura vivida en aquellos días terribles y el plan a seguir por la Baronesa.
Piero Delacroix, Inquiriente Milenarista, curtido en mil batallas y testigo de mil horrores infernales más, tensó el rostro de admiración por aquella alma adolescente que, pese a ser testigo de tanta locura en tan poco tiempo, estaba resuelta a terminar su peregrinaje a Sacraterra a como diese lugar.
- ¿Cuando podría tener audiencia con el buen señor Bellmonte para felicitarlo por su bravura y poner mi sable al servicio de su dama? - Preguntó el inquiriente con cortesía pero sin sonar lisonjero.
- Esta Noche le recibirá en su gabinete privado para la cena, a la signora no podrá verla hasta antes de partir, espero usted comprenderá.
- Estoy enterado de sus votos y estoy acorde con ellos. Entonces bien, me entrevistaré con el signore Bellmonte luego del servicio nocturno.
La doncella asintió quitándose la máscara de la peste mostrando un precioso rostro, envidia de una virgen vestal, rubia de preciosos ojos oscuros y verdes. La Valette personal de Crucifixia.
- Si me disculpa, debo atender las necesidades de mi señora, como sabe fue... lastimada durante un asalto y necesita mucho cuidado y atención. - la joven hizo una reverencia graciosa y se perdió entre los pasillos del palazzo, presurosa de satisfacer cualquier necesidad o apetito de la baronesa de Cuatro Cruces.
Delacroix se sintió conmovido por la devoción de la chica a la beata, mas su semblante, siempre grave por los años de tormentos, era una mascara petrea de seriedad.
Aunque algo comenzó a inquietarlo. Tenia la sensación de conocer aquella beldad, de haberla visto, ¿Mas donde?
Era claro que era una oriunda de Hurdenia debido a sus rasgos discernibles debajo de las cofias oscuras y el austero traje negro. La piel de la chica parecía de la porcelana mas delicada y alba, ojos profundos y oscuros de un verde sombrío, algunos rizos rubios escapando en sus sienes evidenciaban su cuna.
¿Noble conversa o meretriz arrepentida? La primera era la mas probable dada la evidente buena cuna de la chica.
Ya lo recordaría seguramente, Piero Delacroix se giró y caminó hacia las caballerizas donde sus hermanos descargaban sus ajuares y acomodaban sus monturas aguardando la hora del servicio.
IV
En algún lugar oscuro y pestilente, algo terrible se gesta.
La bestia mutilada que alguna vez fuera la noble de Cuatro cruces observa, con un ojo pelado en una cuenca invadida de hongo y moho pútridos, a los Inquirientes caballeros.
Hay hambre en aquel único ojo escarlata, palpitante y fiero. La criatura jadea por entre unos descarnados dientes chorreantes de sangre, pus y bilis.
Una fosforescencia rojiza ilumina sanguineamente la estancia, rojo iñuminando el rojo, sangre y coágulos en las paredes antes ocres de madera.
Un capullo extraño fluctúa sobre el suelo inmundo de aquella habitación extraída del infierno, huesos roídos, carne pútrida, cráneos y mieda purulenta abierta de estómagos en canal tapizan el piso. El hedor es irresistible.
La bestia infernal repasa mentalmente una vez mas, todos los hechos que acompañaron su descenso a los abismos a manos del bandido hasta llegar a este inenarrable estado, ni bestial ni humano, mas allá de lo sagrado y lo profano.
Luego de que el asesino le empala e el corazón y saliera huyendo, la herida baronesa se hundió en el caldo rojo del Shoram, un baño en el que la beata debía purificarse cuando la luna estuviese roja, fue durante este rito que el imprudente salvaje osó aventurarse en sus sagrados aposentos y contempló los ritos tenebrosos.
Los ojos carentes de párpados de la criatura dentro del capullo sangriento colgante lanzaron chispas de odio al recordar la faz de aquel infeliz.
Tuvo suerte de haber sido asistida por la fiel Dulcinea, la criada encargada de recibir a los paganos inquirientes. Crucifixia Cultellus practicaría con estos desdichados lo que haría con el ladrón cuando al fin lo tuviese entre sus muchos brazos y sus afilados colmillos probasen su carne.
Había ingerido cantidades impresionantes de piel, tuétano, sangre, entrañas y vísceras, regenerándose golpe tras golpe. ¿Quien iba a pensar que para que la Santa pudiese volver a la vida era necesario que una ciudad entera muriese primero?
Fue Dulcinea quien al principio comenzó a alimentarla con algunos prisioneros, al principio desollando los sobre sus restos inmundos, luego, cuando al fin pudo lanzar el primer chillido de alivio al sentir sus tiernos y vibrantes pulmones abrirse paso entre su pecho descarnado.
Los infelices salvajes que esperaban su ejecución la contemplaron, hermosa aunque incompleta.
Un torso despellejado y con apenas unas tiras de músculo vivo aullando de hambre, ansioso de sangre y tripas.
Cuando al fin tuvo la fuerza y consistencia física en este plano y su cerebro se regeneró lo suficiente para desenterrar al espíritu agudo, libertino e implacable que se ocultaba bajo la bestia, Crucifixia juró que la humanidad entera pagaría pleitesía a la ofensa de haber intentado acabar con ella sin éxito.
- El peor error fue dejarme por muerta... - cavilaba en el silencio y na inmundicia.
Los dias siguientes, la baronesa se concentro con toda su alma y mente en volver a ponerse en pie, era cierto que en las calles se respiraba la tensión politico religiosa bastante hostil debido al evento de Las Hogueras. Pero cuando la cosa al fin pudo valerse lo suficiente para cazar, las cosas se fueron directo al abismo. O mejor dicho, el abismo llegó a Hurdenia.
Al principio desaparecían algunos pequeños vagabundos y ebrios, mas tarde fueron borrados del mapa los ebrios y maleantes.
Entre tan fina ralea existían varios miembros de las facciones contrarias y las desapariciones fueron tomadas como franca hostilidad. La providencial chispa en el polvorín que estalla el infierno en la tierra.
Crucifixia se relamio los descarnados dientes al ver como las calles se llenaban de violencia, todo fue tan fácil y hasta dulce, que la cosa recordaba aquellos días con algo no muy lejano a la alegría.
Recordando sus dotes histriónicos, la baronesa representaba Ill Mostro Resurrecto de una manera aun mas terrible de como solía hacerlo al enloquecer y matar a sus tempranas víctimas.
Se fingía muerta a mitad de las calles belicosas, cosa no muy difícil de lograr dado su maltratado estado, pulsante y en carne viva.
Cuando alguien acercabase a revisarla, una rápida mordida en el cuello, un grito sofocado y un tronido de huesos. El glorioso y musical sonido de la carroña, carne desgarrada de cuajo del hueso.
Un parpadeo y medio latido después, la cosa antes conocida como Crucifixia Cultellus, advertía que los goznes invisibles de su chambre comenzaban a chirriar anunciando la hora de comer, hacia un par de noches que había alcanzado la etapa larvaria donde sus carnes se recompondrían y su lozana piel se regeneraria.
- Mi señora... - murmuró la voz átona y fría de la sirviente de la baronesa.
- Ya era hora, Dulcinea... estoy babeando dentro de esta mala bolsa inmunda desde hace siglos. - susurró una pulsación mental dentro de la mente de la doncella.
- Han sido apenas treinta minutos, mi señora. - respondió con cortesía la chica, si bien era cierto que a la baronesa le irritaba que la contradijesen, odiaba mas estar perdida en el tiempo, cosa muy frecuente y odiosa para ella desde el estacazo.
V
Las veladoras y cirios sagrados habían ocupado elgar de las velas de ornato habituales en el comedor, el Gran Capitán Inquiriente Piero Delacroix estaba sentado aguardando la llegada del Mayordomo de la Baronesa de Cuatrocruces. Jean Phillip Bellmonte.
El Inquiriente experimentaba dos cosas, sentado ante aquella mesa tan prodiga, asombro y desprecio.
Ricos guisos exuberantes se repartían sobre los manteles purpúreos, estofados aromáticos y bien especiados con caldos ocres y fragantes, frutas frescas bien rebanadas adornando con elegancia la carne de caza desperdigada en derredor.
Aves horneadas de color del oro brillaban bajo la luz de las velas y las lamparas de aceite, ensaladas multicolor acompañaban aquellas carnes suculentas y estratégicamente colocadas, una docena de botellas de vinos cada cual idóneo para acompañar los platillos.
Inciensos delicados; apenas lo suficientemente aromatizados para que sus emanaciones no corrompiesen la fragancia y sabor de los manjares; ardían con suavidad.
El asombro del Inquiriente no superaba el desprecio de tal derroche, mientras en el exterior la gente se cazaba entre si para alimentarse, aquí, en este remanso inquietante y sombrío se tiraba la caza por la ventana.
El Fratellum Delacroix miró el reloj de bolsillo que siempre cargaba consigo, nueve después de meridian, justamente al termino del servicio nocturno. No hubo de esperar demasiado, la campaña del palazzo comenzó a tañer oscuramente su canto broncineo en la noche.
Jean Phillip Bellmonte apareció entonces.
El Inquiriente lo examinó con la vista de pies a cabeza, Delacroix, con ojo de fisononista, intentó imaginar el tipo de hombre con el que iba a verselas.
Era Jean Phillip Bellmonte un sujeto bastante particular, para la media varonil interconintal, el caballero era pequeño rayando en lo delicado, había algo de chocante que a Delacroix le molestó desde el principio. El Inquiriente supo, tras la primer mirada, que podría llegar a convivir con aquel ser, pero seria muy difícil para el soldado llegar a considerarlo su igual alguna vez.
Los rasgos pálidos de Bellmonte, carentes de vello, reflejaban unas serias escoriaciones en la zona del cuello que la camisa blanca ocultaba bien. El traje negro de asistente le quedaba un poco colgado dándole un aspecto como de espantapájaros, un ser delgado hasta la ridicules caricaturesca vestido con las ropas de un muerto...
Ese pensamiento le provocó una descarga de adrenalina que Delacroix no supo interpretar, el pálido sujeto que tenia delante era na encarnación de lo que Piero conocía como la antítesis de un guerrero, faz delicada, cuerpo quebradizo, una ausencia del carácter sanguíneo que, según el Inquiriente, debía poseer cualquier soldado.
- Santas y buenas noches... - saludó Bellmonte, la voz de aquel hombre, que no sobrepasaria los veintiséis otoños, era profunda y grave. Hueca, como un cuenco metálico.
- Benedícite, Fratellum. - respondió con firmeza Delacroix. Sin apenas cruzar palabra, el mayordomo de Crucifixia se había ganado el desprecio del soldado.
- La baronesa está muy agradecida con nuestro señor y con su Excelentísima por haberos mandado a socorrernos, habréis podido contemplar la locura que ha azotado este lugar que necesita pacificación con urgencia. - habló el hombre tomando asiento, hablaba en nombre de la baronesa y eso apaciguó en parte, las ganas de mandar a paseo aquel espantapájaros ridículo y afeminado.
- Sus... palabras son muy amables, - dijo cautamente Delacroix. - Han visto días muy oscuros, según la carta enviada al sumo Princeps Patrix, estaban sufriendo na acechanza de saqueadores y otros fenómenos mas viles engendrados por la desgracia.
- En efecto... - asintió Bellmonte. - al principio, Lady Crucifixia, cuyas oraciones nos mantienen a salvo, abrió con generosidad las arcas de alimento del palazzo sumando las que traía de sus tierras, pero la generosidad no siempre tiene un justo pago. Las caravanas enviadas a repartir alimento eran asaltadas en el mejor de los casos, en el peor, eran saqueadas. Yo acompañaba una comitiva de reparto cuando la locura se desató. Se nos había advertido que tuviéramos una guardia fuertemente armada acompañandonos en todo momento, en caso de que la desesperación desequilibrase algún impaciente. Debimos escuchar ese consejo... - dijo Bellmonte sirviéndose una copa y bebiendo un trago a sorbitos.
El inquiriente comenzó a cenar mientras escuchaba el relato del mayordomo, de pronto, aquel hombrecito habiase tornado muy interesante.
- Repartimos cuanto buenamente pudimos en uno de los barrios mas alejados del centro de Hurdenia, la gente no paraba de llegar, era la locura, gente golpeándose por haberse metido en el largo culebrón de reparto, otros mas insultando a grito abierto a nuestra patrona y a nosotros, algunas escaramuzas y una que otra trifulca, eso al menos en las horas de la mañana. Conforme el sol se iba colocando en el centro del cielo y la comida en nuestros carretones escaseaba, la paciencia del publico también se agotaba con espantosa rapidez. Y cuando por fin se acabó todo lo que buenamente les llevamos, resultó que no fue suficiente...
Los ojos profundos de Bellmonte reflejaban las velas con quietud, su voz profunda y bien modulada no había temblado ni una vez desde que empezó su historia. Delacroix notó que los ojos de aquel hombre extraño tenían algo de inhumano. Piero no sabría explicar que era, pero simplemente, no eran humanos.
- Fue entonces cuando nos lincharon... - murmuró con sencillez escalofriante el mayordomo. - o bueno, en mi caso, lo intentaron... los dementes aquellos, porque de hombres poco tenían, se nos abalanzaron como una ola de carne y puños, jalando, arañando, aullando, mal diciendo y pelando los dientes como perros famélicos... perros del infierno... hicieron pedazos al primero de los guardias que tuvieron a su alcance, sumergiéndolo a fuerza de tirones en su inmensidad salvaje de muchedumbre rabiosa. Los que quedabamos, nos batimos en retirada tratando de recomponer una formación defensiva, dos mas de nosotros quedaron para siempre embarrados en las paredes de aquel callejón maloliente. Los tres que quedabamos en pie, huimos mientras la turba furibunda hacia pedazos a nuestros compañeros que chillaban por auxilio. Sus gritos y el sonido de sus carnes al ser desgarradas del hueso serán el réquiem que me acompañe aun el día de mi muerte.
Delacroix quedó boquieabierto escuchando con toda la atención del mundo, ahora si, carcomido por la curiosidad y el asombro.
- Atravesar a nado la Estygia no debería ser mas reto del que fue atravesar Hurdenia aquel día... la muerte acechaba a cualquiera que portase el escudo de armas Cultellus o Azkkara por igual en las calles. - otro trago y Bellmonte colocó el corcho a la botella. - nos encontramos con compañeros de otras unidades enviados también a campo con la misma noble misión. Ovejas enviadas a los lobos. Unos eran simples voluntarios que trataban de apoyar a quien los ayudaba, otros mas eran guerreros de la baronesa, del arcipreste, o contratados para reforzar el grueso de la guardia del palazzo, mercenarios. Mas tardamos en reunirnos que en ir siendo abatidos uno a uno, cada metro que avanzabamo, cada esquina alcanzada, cada puerta que se abría, no sabíamos si seria la muerte o la vida quien topasemos al alcanzar la siguiente manzana. El paseo mas infernal que jamas he experimentado. Mis manos nunca fueron hábiles con el sablón, pero el miedo y las ganas de vivir me volvieron un virtuoso espadachín en aquellas horas de desesperación, no sabría decir a cuantas almas envíe a su juicio eterno, ni a cuantos mas ignoré en mi anhelante carrera por sobrevivir, lo que sabía era que al caer el crepúsculo estaba ante este palazzo...
Se hizo un silencio, Delacroix miraba en silencio reverente a Bellmonte esperando que continuase o concluyese.
- No sabría decir de donde salio la multitud,.me acorralaron y me golpearon hasta que perdí el conocimiento. Cuando abrí los ojos, estaba en una de las cámaras interiores del palazzo con las heridas de mi cuerpo vendadas, mi natural esbeltez me había salvado la vida, la turba, tan empecinada en carnear a quien se le atravesase, era mas especial en sus gustos aquellos primeros días de hambre. Solo buscaban a los soldados con mas músculos y grasa dejando a los alfeñiques como yo para los buitres. - fue cuando una débil sombra se dibujó en los finos labios de aquel hombre.
Piero Delacroix se quitó la servilleta del cuello doblándola finamente, había perdido el apetito.
VI
La noche en el puerto de Hurdenia, oscura y pestilente, atraía miles de alimañas nocturnas al profano festín del apocalipsis. La tétrica balada de la carroña resonaba con trémulo compás, la musica del hueso astillado siendo despojado de la carne verdosa y corrupta.
Rumores lejanos de campanas no bastan para alejar a los buitres de aquel osario a cielo abierto.
- Es demencial la forma en que un lugar como Hurdenia, tan lleno de vida, pueda yacer ahora de éste modo. - murmuró uno de los caballeros inquirientes encargado de vigilar, mirando la desolación desde el negro recinto del Palazzo Azkkara.
- Nada es eterno salvo la gloria de nuestro Altísimo Señor. - Sentenció con firmeza Piero Delacroix caminando junto a un grupo de Inquirientes patrullando el Palazzo.
Delacroix había terminado de cenar con el Mayordomo de la baronesa Crucifixia Cultellus bastante nervioso. Durante sus años de servicio había presenciado la guerra y todos agua horrores y locuras con entereza, pero aquello...
Era si como todo lo monstruoso y demente hubiese hallado nido en el antes fértil y alegre puerto. Como si el infierno mismo se extendiese en toda su ominosa gloria ante sus ojos mortales. Todos sus soldados eran veteranos bien adiestrados en los ritos mas salvajes y oscuros que la fe había desarrollado para combatir Al Más Bajo, la muerte incluso había sido en cierto modo añadida como vía de salvación para los mas perdidos y era permitida e incluso fomentada la ejecución piadosa. Pero nada lo había preparado para aquello. Al final, la jaula de huesos armada con los despojos de los muertos regados por las calles estaba armada y lista para ser usada en cuanto la hora despuntase.
Delacroix no quería pasar una noche más en aquel lugar, estaba ansioso por volver a Hyerosolimá y extender la orden que Hurdenia fuera arrasada por fuego y los restos bañados en agua bendita y cal santificada. Pero la beata, la bendita beata necesitaba por lo menos tres días más para estar lista para la partida.
Aunque el caballero estaba un tanto confuso si despreciarla por debilidad al viaje o admirarla por tener el valor de permanecer mas tiempo en aquel trozo del Hades.
- Por mas santa que sea no deja de ser mujer. - Escupió con desprecio Delacroix.
Afuera, el aullido de los chacales auguraba cosas peores por venir.
Al girar en una esquina junto a su guardia, Piero Delacroix notó que el mayordomo de la baronesa Crucifixia Cultellus vagaba por el patio, el menudo hombrecillo había causado impresión en el capitán de Inquirientes, le parecía difícil de creer que tal espantapájaros hubiese pasado por todo lo narrado durante la cena. Pero así parecía ser, aunque algo raro sin duda ocurría en aquel castillo, la valette de Crucifixia no era otra que la sobrina del arcipreste Angelo Azkkara. Cuadros de la chica adornaban los pasillos, aunque había mucho de diferente entre la ninfeta del cuadro y la pálida adolescente de las cofias negras. Según había sabido, la chica habría sido resucitada por la baronesa apenas llegada a Hurdenia. Luego tenemos al mayordomo, bastante extraño y con una presencia repulsiva, ¿Que había ocurrido en el palacio negro que ahora ocupaba la eremita de Cuatro Cruces?
VII
El castello Azkkara estaba en silencio en la madrugada fría de Hurdenia, la noche había estado plagada de ruidos insanos y la alborada sangrienta no era mejor.
El llamado de la campana del palazzo llamaba a servicio. El broncineo repiqueteo de la melancólica cancion retumbaba con tristeza en las calles asfaltadas de inmundicias y podredumbre. El cielo acerado contestaba la canción de las campanas con sus propias campanas de apocalipsis, era un día de nubes grises, un día de tristeza.
Una gota al principio, solitaria e impronta golpea el vitral del palazzo con un rumor apagado.
Dentro de los muros, el ojo de una gorgona se abre, bestial y temeroso.
- ¡Dulcinea! - Jadeó la ronca voz de la cosa antes conocida como Crucifixia Cultellus.
- Mi signora... - le respondió la voz átona de la zekke que la asistía como valette.
- ¿Cuando dijo el Inquiriente que saldríamos? - susurró cambiando el tono ubicando a su criada recostada a su lado en la cama suave que ocupaba desde que su piel habíase sensibilizado al grado de no soportar mas el huevp de la pared.
- A primma hora mañana. - Respondió la doncella pegándose mas al cuerpo semi completo de la baronesa.
- Tienen suerte que ya no necesite mas ingestión para reponerme. Me habría resultado mejor acabar con ellos aquí y ahora que tener que depender de sus vidas mortales. - terció Crucifixia recostándose bocarriba en la oscuridad de la cámara. En el exterior, la lluvia arreciaba con fiereza.
Dulcinea, la sobrina resurrecta del arcipreste Azzkara, subió sobre el torso andrógino de la baronesa acariciando la suave piel recién nacida, en sus fríos dedos muertos, la zekke recordaba el terso tacto de la piel de un bebé.
Crucifixia jadeó, mitad de sorpresa, mitad de excitación, las piernas de la revivida se abrieron con suavidad aprestándose servicialmente a recibir el viril ariete de su señora.
La mente de la baronesa volaba con demencia aferrándose a las sabanas con fuerza y apretando sus dientes rechinandolos con deseo.
Aquellas caricias heladas y torpes de su revenida favorita en su piel tan sensible la enloquecían al grado que únicamente su larga experiencia en el campo de venus le permitía mantener la mente concentrada en proyectar su deseo a la muerta manejándola como la marioneta son alma o voluntad que era.
La penetración fue agónica, mas intensa de lo que la baronesa de Cuatro Cruces recordara desde su muerte. Dulcinea se acopló por su cuenta con la naturalidad que la experiencia de Crucifixia le brindaba, con mucho cuidado, la zekke comenzó a balancearse sobre el regazo de su señora mientras esta se dejaba perder en aquél cuerpo muerto hace tiempo en una extraña necrofilia que nunca en sus salvajes años tempranos de impiedades había soñado.
Afuera, la lluvia arreciaba amenazando con furia la integridad de las casas mas derruidas en el caos reciente.
*****
Piero Delacroix salió de su servicio matutino sólo para toparse con que no quedaba nada por hacer mas que aguardar.
Él, un Inquiriente guerrero, varado otra vez por la lluvia.
Sin nada por hacer dado que todo estaba en orden para la partida, decidió ir a la biblioteca del Palazzo a redactar las misivas, una para el Princeps Patris en Hyerosolimá, y la otra para la siguiente Mecenas en la senda de Crucifixia; Angelique Sulfúria, la Consignadora de la ciudadela de Theranglia que estaba a dos semanas de viaje de Hurdenia y donde cientos de refugiados hurdenios huyeran cuando la gran mortandad.
Con parquedad, el Inquiriente contó lo visto y oído en su misiva a su Excelentísima recomendando que los hermanos archivistas fuesen a Hurdenia y salvar lo que se pudiese y aplicar la Damnatio Memoriae sobre el puerto y destruirlo hasta donde el altísimo lo permitiese, el puerto estaba irremisiblemente perdido.
En su otra carta, el monje militar solicitó asilo y apoyo a la Consignadora Sulfúria, mas puntualmente, que una comitiva de soldados acudiese a encontrarlos en su paso para evitar alguna emboscada.
Al terminar, Delacroix miró por un ventanal, fuera, la lluvia torrencial no dejaba ver mas allá de los goznes.
- Maldigo el camino lodozo que nos espera mañana. - suspiró cerrando el ventanal.