martes, 12 de junio de 2018

El Invitado de Crucifixia



El Visitante de Crucifixia


I

El día que Piero Delacroix arribó a Hurdenia era uno lleno de augurios siniestros, el enviado de Su Excelentísima para visitar a la peregrina baronesa llegada de Cuatro Cruces, escrutó el puerto de Hurdenia con sumo cuidado.
En todo el imperio se había corrido la noticia de los espantosos acontecimientos de Hurdenia. La noche en que Angello Azkkara ardió junto al hereje Sávola, la Ecclesia optó por cerrar las entradas al puerto y notificar que éste permanecería cerrado hasta que se verificase la situación de este. Los hechos y noticias de salvajes enfrentamientos entre las ambas facciones religiosas extremistas y sus partisanos, habían mantenido a raya a todo el mundo, desde saqueadores, asaltantes de caravanas enviadas por manos humanitarias que quizá buscasen apoyar a los que peor pasasen aquel tiempo infernal, buscavidas y mercenarios. Al poco, la situacion había ya degenerado al grado que hasta secuestros y desapariciones orilladas por el hambre eran noticias frecuentes.
Y Crucifixia Cultellus quedó aislada en aquel remanso violento y brutal. Poco se había sabido de ella durante aquellos días demenciales. Pero al fin, una nota llegó al claustro de Saint Ethien, la próxima parada de la procession de Crucifixia hacia Sacraterra.
En ella, la noble anunciaba que estaba postrada debido a una enfermedad nerviosa a consecuencia de los hechos pasados y que además de todo, temía por su vida tras sufrir un asalto a su persona aquella noche de fuego y sangre. Según la nota, la noble estaba en un ayuno de palabra, alimento y luz permaneciendo encerrada en una habitación oscura donde oraba día tras día aguardando que la violencia se calmase. Como consecuencia, una escuadra de Guardias Inquirientes Guerreros fue despachada hacia Hurdenia con la orden de pacificar a toda facción revoltosa a cualquier precio contando con carta abierta para esto.
Y Piero Delacroix iba encabezando dicha misión santa. Junto a el iban una treintena de caballeros inquirientes menores, cada uno con su mozo acompañándolo con sus herramientas santas en la lucha contra la herejía. Artilugios mecánicos de tortura al servicio de la fe para volver al redil a los inserructos blasfemos.
Tras su paso por las villas y colonias alcanzadas por las luchas entre facciones religiosas extremistas contrarias, los caballeros ortodoxos había aplicado poderosa mano de hierro sobre quienes no se pacíficasen voluntariamente, dejando tras su paso, siniestros bosques de árboles cargados con racimos de cadáveres mutilados.
El Fratellum Piero Delacroix era uno de los mas encarnizados enemigos de la herejía, al servicio del Princeps Patris, había crecido en los claustros elevados de la dorada Hyerosolimá siendo educado en la facción mas hermética y ortodoxa de la fe Dolya, había sido preparado desde joven para guerrear en todos los campos contra el maligno siendo experto en armas blancas y lucha cuerpo a cuerpo además de ser un verdadero erudito en saberes prohibidos y en exorcismos variados.
Y de todo el clero, era quien mejor aplicaria la ley de su Excelentísima con puño de hierro sobre quien lo ameritase.
Viajaban por los bosques circundantes a la ya cercana bahía de Hurd, lugar del emplazamiento del Puerto de Hurdenia.
Lo que el Fratellum sabia de lo ocurrido no le dejó la opción de moverse sin su comitiva a la que tenia pensado emplazae en la villa mas próxima, dos jornadas atras de viaje. Ahora, ya tan cercanos a las puertas de la ciudad, comenzaban a notar las densas humaredas, el aceitoso y pestilente aroma de los cuerpos carbonizados. Un horrible sentimiento comenzó a presionar el pecho del inquiriente bajo la poderosa pechera de su armadura ligera. El número de horrores iba superando con creces todo lo que el soldado del altísimo había vislumbrado en toda su miserable existencia de ayunos y ritos salvajes de confesiones forzadas, in extremis apresurados y exorcismos desquiciantes.
El número de endemoniados que había pacificado o martirizado en aquellos demenciales días siniestros era cuatro veces mayor al numero total de posesiones infernales que había asistido en todos los años de servicio anteriores juntos. El aura del oscuro señor del infierno se alzaba como bandadas de moscas al paso de los soldados del mas alto. Piras humeantes de muertos por alguna peste extraña, fulminante y desconocida se alzaban en montículos fantasmales. Entre la brumosa niebla de impuros óleos, mezcla del hollín de cientos de hogueras y cenizas momificadas, algún pobre diablo exhalaba el último aliento.
Ante el Inquiriente se hallaba la entrada a la fantasmal villa portuaria de Hurdenia humeante de sangre, señorío de las parkas.
Los edificios se apretaban uno contra otro en una larga hilera, la decadencia se había apoderado de aquella otrora límpida urbe. La famosa mancha negra de los puertos, que era a donde los barcos de toda ralea llegaban con las mas variopintas cargas llenando de todo tipo de excreciones y basuras, las baldosas era poco menos que un pantanal mefitico lleno de costras negras y humeantes.
 Diez pestes no hubiesen causado tal estrago en un sitio antes rebosante de vida, alimañas, ratas, gusanos, lombrices y moscas se habían apoderado de aquel puerto y la sonriente muerte verde extendía su báculo de infección sobre todo.
 Y el fuego que había arrasado con lo que la peste, la locura o la muerte no lo había hecho había corrido libre sin que ninguna mano intentase apagarla.

 II

El viento hediondo a mil muertos del puerto infernal le dio la bienvenida al embozado ejercito de exorcistas. Una bandada de mirlos fantasmales emprendieron el vuelo en algún lugar, a lo lejos, entre los montículos de muertos mas frescos.
- Alisten de inmediato la Jaula. - Habló el fratellum Delacroix, su voz bien modulada no encajaba del todo con su corpulencia minotaurica de músculos compactos pero poderosos.
Los fratellum restantes se dieron a la tarea ingrata y carroñera de comenzar la fabricación de la herramienta exorcista mas poderosa conocida por la hermandad milenaria Dolya.
La confección primaria de dicha herramienta sagrada se perdía en lo mas oscuro y blasfemo de la historia. Se sabia que antes de la Primera Venida, la Jaula había sido empleada por las paganas hordas salvajes de nigromantes del oeste, extintos antes de la Proclamación de San Jacinto. Los santos hermanos Tsegurios poseyeron los secretos mas prohibidos y fueron los encargados de la custodia de aquellos saberes prohibidos.
Benedicitis I, el Casto, proclamo una bula que prohibía la practica de tales saberes bajo pena de Muerte al transgresor y su orden. Era claro que solo los fratellums podían acceder a dicho saber tan vedado a todo ojo, y fue la orden Tseguriana la que se valió de dichos saberes con la noble pero ingenua labor de saber como la humanidad podía servirse de ellos.
Pero todo saber oscuro no produce mas que oscuridad y falsa luz. Los Tsegurianos fueron perseguidos al saberse de sus tratos impíos y exterminados hasta la totalidad por ordenes del Princeps Patris.
Pero, ya que los saberes habían sido desentrañados y conocidos, la orden recién nacida de Inquirientes caballeros, todos nobles guerreros piadosos que ajusticiaran a los blasfemos Tsegurianos desde el mas anciano hasta el mas joven, fueron los herederos de sus víctimas.
A esta noble orden de fanáticos guerreros asesinos era a la que el buen señor Delacroix y compañía pertenecian, y por ello se sabia del material de la jaula.
Un armazón fuerte de huesos humanos, todos seleccionados cuidadosamente de cadáveres diferentes, todos hermanados entre si por gruesas cuerdas de cañamo, cabellos de vírgenes poseídas y conjurados en nombre de lo mas siniestro.
Matrici Neydn...
Ningún inquiriente supo o se intereso en saber de la identidad de la deidad que invocaban con aquellos paganos artilugios prehistóricos, solo sabían que era la mas efectiva forma de exorcismo éficaz contra las huestes tenebrosas del infierno. Ningún genio, grande o pequeño, podía resistirse al conjuro de abjuración de Neydn por medio de la Jaula.
- Necesitamos la base de canillas de anciano; para los barrotes prymus, sekundys y terkio que serán fémures... deben ser de hombres en edad viril.
Los sacerdotes comenzaron la pesquisa con la frialdad y profesionalidad de un forense, tal seguridad sin duda se debía al método largamente perfeccionado.
Conforme la comitiva avanzaba entre el lodazal y cadáveres, la jaula iba siendo ensamblada, para cuando llegaron a la plaza frente a la que estaba el anterior palazzo Azkkara, la prehistórica herramienta al servicio de la fe había quedado lista.
Y al fin, tras largos días de viaje y extenuantes jornadas de exorcismos y abjuraciones, los fratellum estaban frente al sitio donde la Beata Crucifixia Cultellus aguardaba ser salvada por ellos.

III

El interior ddl Palazzo era un contraste abrumador con el exterior, era un cuadro sacado de una dimensión completamente ajena al caos y muerte del exterior.
Los altos muros interiores con sus cerrados baluartes protegían el jardín interior de las emanaciones de muerte de las calles.
Delacroix asoció el aroma que flotaba en el aire era una mezcla entre canela y vainilla, un lejano toque de rosas seguramente proveniente de algún ingenio de ventilación e inciensos sacros sin duda. Punto a favor de la Baronesa ante los  verdes ojos del fratellum, los Inquirientes sabían que los olores insanos eran causas de muchas enfermedades, muchas de las cuales mortales en un ambiente de guerra. En aquel ambiente apocalíptico, sin duda serian la causa inherente de la mortandad tan grande contemplada en el exterior.
Los recibieron algunos sirvientes de la Baronesa enfundados en sayales con capucha y con la mascara de la peste en el rostro, sin duda para protegerse de las emanaciones mefíticas de Hurdenia. El puerto entero era un cadáver pestilente y pútrido, pasto de carroñeros y nido de moscas.
La cittè Infernal... - pensó Delacroix recordando un poema bohemio que escribiera de muy joven durante una borrachera, en ella vislumbrara el Reino del Sonriente Oscuro, de hecho, tal visión fue la que empujó su antaño vida descarriada al redil mas extremo y fanático del altísimo.
Y ahora Delacroix se sentía en ese poema demencial.
Pero en el jardín interno del palazzo del quemado y difunto Arcipreste no había rastro de muerte, solo una quietud sombría, llena de augurios...
Y belleza.
Un límpido estanque proporcionaba agua potable para los escasos sobrevivientes, las arcas del Arcipreste estaban fuertemente aprovisionadas en algún lugar de los sótanos al cuidado de los soldados traídos de Cuatro Cruces por la Baronesa. Según se enteró, los sobrevivientes habrían prodigado durante un tiempo breve, sustento a los menesterosos mas necesitados, mujeres, ancianos y niños primordialmente.
Durante los primeros días se dejó ver que la desesperación no tardaría en enloquecer a todo Hurdenia. La soldadada de la Baronesa sufriría muchas bajas durante aquel día y mas aun tras el intento de saqueo del Palazzo. Y de los siervos mas cercanos a la Baronesa, era Jean Phillip Bellmonte el que podría informarle con mayor claridad al inquiriente Delacroix la locura vivida en aquellos días terribles y el plan a seguir por la Baronesa.
Piero Delacroix, Inquiriente Milenarista, curtido en mil batallas y testigo de mil horrores infernales más, tensó el rostro de admiración por aquella alma adolescente que, pese a ser testigo de tanta locura en tan poco tiempo, estaba resuelta a terminar su peregrinaje a Sacraterra a como diese lugar.
- ¿Cuando podría tener audiencia con el buen señor Bellmonte para felicitarlo por su bravura y poner mi sable al servicio de su dama? - Preguntó el inquiriente con cortesía pero sin sonar lisonjero.
- Esta Noche le recibirá en su gabinete privado para la cena, a la signora no podrá verla hasta antes de partir, espero usted comprenderá.
- Estoy enterado de sus votos y estoy acorde con ellos. Entonces bien, me entrevistaré con el signore Bellmonte luego del servicio nocturno.
La doncella asintió quitándose la máscara de la peste mostrando un precioso rostro, envidia de una virgen vestal, rubia de preciosos ojos oscuros y verdes. La Valette personal de Crucifixia.
- Si me disculpa, debo atender las necesidades de mi señora, como sabe fue... lastimada durante un asalto y necesita mucho cuidado y atención. - la joven hizo una reverencia graciosa y se perdió entre los pasillos del palazzo, presurosa de satisfacer cualquier necesidad o apetito de la baronesa de Cuatro Cruces.
Delacroix se sintió conmovido por la devoción de la chica a la beata, mas su semblante, siempre grave por los años de tormentos, era una mascara petrea de seriedad.
Aunque algo comenzó a inquietarlo. Tenia la sensación de conocer aquella beldad, de haberla visto, ¿Mas donde?
Era claro que era una oriunda de Hurdenia debido a sus rasgos discernibles debajo de las cofias oscuras y el austero traje negro. La piel de la chica parecía de la porcelana mas delicada y alba, ojos profundos y oscuros de un verde sombrío, algunos rizos rubios escapando en sus sienes evidenciaban su cuna.
¿Noble conversa o meretriz arrepentida? La primera era la mas probable dada la evidente buena cuna de la chica.
Ya lo recordaría seguramente, Piero Delacroix se giró y caminó hacia las caballerizas donde sus hermanos descargaban sus ajuares y acomodaban sus monturas aguardando la hora del servicio.

IV

En algún lugar oscuro y pestilente, algo terrible se gesta.
La bestia mutilada que alguna vez fuera la noble de Cuatro cruces observa, con un ojo pelado en una cuenca invadida de hongo y moho pútridos, a los Inquirientes caballeros.
Hay hambre en aquel único ojo escarlata, palpitante y fiero. La criatura jadea por entre unos descarnados dientes chorreantes de sangre, pus y bilis.
Una fosforescencia rojiza ilumina sanguineamente la estancia, rojo iñuminando el rojo, sangre y coágulos en las paredes antes ocres de madera.
Un capullo extraño fluctúa sobre el suelo inmundo de aquella habitación extraída del infierno, huesos roídos, carne pútrida, cráneos y mieda purulenta abierta de estómagos en canal tapizan el piso. El hedor es irresistible.
La bestia infernal repasa mentalmente una vez mas, todos los hechos que acompañaron su descenso a los abismos a manos del bandido hasta llegar a este inenarrable estado, ni bestial ni humano, mas allá de lo sagrado y lo profano.

Luego de que el asesino le empala e el corazón y saliera huyendo, la herida baronesa se hundió en el caldo rojo del Shoram, un baño en el que la beata debía purificarse cuando la luna estuviese roja, fue durante este rito que el imprudente salvaje osó aventurarse en sus sagrados aposentos y contempló los ritos tenebrosos.
Los ojos carentes de párpados de la criatura dentro del capullo sangriento colgante lanzaron chispas de odio al recordar la faz de aquel infeliz.
Tuvo suerte de haber sido asistida por la fiel Dulcinea, la criada encargada de recibir a los paganos inquirientes. Crucifixia Cultellus practicaría con estos desdichados lo que haría con el ladrón cuando al fin lo tuviese entre sus muchos brazos y sus afilados colmillos probasen su carne.
Había ingerido cantidades impresionantes de piel, tuétano, sangre, entrañas y vísceras, regenerándose golpe tras golpe. ¿Quien iba a pensar que para que la Santa pudiese volver a la vida era necesario que una ciudad entera muriese primero?
Fue Dulcinea quien al principio comenzó a alimentarla con algunos prisioneros, al principio desollando los sobre sus restos inmundos, luego, cuando al fin pudo lanzar el primer chillido de alivio al sentir sus tiernos y vibrantes pulmones abrirse paso entre su pecho descarnado.
Los infelices salvajes que esperaban su ejecución la contemplaron, hermosa aunque incompleta.
Un torso despellejado y con apenas unas tiras de músculo vivo aullando de hambre, ansioso de sangre y tripas.
Cuando al fin tuvo la fuerza y consistencia física en este plano y su cerebro se regeneró lo suficiente para desenterrar al espíritu agudo, libertino e implacable que se ocultaba bajo la bestia, Crucifixia juró que la humanidad entera pagaría pleitesía a la ofensa de haber intentado acabar con ella sin éxito.
- El peor error fue dejarme por muerta... - cavilaba en el silencio y na inmundicia.
 Los dias siguientes, la baronesa se concentro con toda su alma y mente en volver a ponerse en pie, era cierto que en las calles se respiraba la tensión politico religiosa bastante hostil debido al evento de Las Hogueras. Pero cuando la cosa al fin pudo valerse lo suficiente para cazar, las cosas se fueron directo al abismo. O mejor dicho, el abismo llegó a Hurdenia.
 Al principio desaparecían algunos pequeños vagabundos y ebrios, mas tarde fueron borrados del mapa los ebrios y maleantes.
 Entre tan fina ralea existían varios miembros de las facciones contrarias y las desapariciones fueron tomadas como franca hostilidad. La providencial chispa en el polvorín que estalla el infierno en la tierra.
 Crucifixia se relamio los descarnados dientes al ver como las calles se llenaban de violencia, todo fue tan fácil y hasta dulce, que la cosa recordaba aquellos días con algo no muy lejano a la alegría.
 Recordando sus dotes histriónicos, la baronesa representaba Ill Mostro Resurrecto de una manera aun mas terrible de como solía hacerlo al enloquecer y matar a sus tempranas víctimas.
 Se fingía muerta a mitad de las calles belicosas, cosa no muy difícil de lograr dado su maltratado estado, pulsante y en carne viva.
 Cuando alguien acercabase a revisarla, una rápida mordida en el cuello, un grito sofocado y un tronido de huesos. El glorioso y musical sonido de la carroña, carne desgarrada de cuajo del hueso.

Un parpadeo y medio latido después, la cosa antes conocida como Crucifixia Cultellus, advertía que los goznes invisibles de su chambre comenzaban a chirriar anunciando la hora de comer, hacia un par de noches que había alcanzado la etapa larvaria donde sus carnes se recompondrían y su lozana piel se regeneraria.
- Mi señora... - murmuró la voz átona y fría de la sirviente de la baronesa.
- Ya era hora, Dulcinea... estoy babeando dentro de esta mala bolsa inmunda desde hace siglos. - susurró una pulsación mental dentro de la mente de la doncella.
- Han sido apenas treinta minutos, mi señora. - respondió con cortesía la chica, si bien era cierto que a la baronesa le irritaba que la contradijesen, odiaba mas estar perdida en el tiempo, cosa muy frecuente y odiosa para ella desde el estacazo.



V

Las veladoras y cirios sagrados habían ocupado elgar de las velas de ornato habituales en el comedor, el Gran Capitán Inquiriente Piero Delacroix estaba sentado aguardando la llegada del Mayordomo de la Baronesa de Cuatrocruces. Jean Phillip Bellmonte.
El Inquiriente experimentaba dos cosas, sentado ante aquella mesa tan prodiga, asombro y desprecio.
Ricos guisos exuberantes se repartían sobre los manteles purpúreos, estofados aromáticos y bien especiados con caldos ocres y fragantes, frutas  frescas bien rebanadas adornando con elegancia la carne de caza desperdigada en derredor.
Aves horneadas de color del oro brillaban bajo la luz de las velas y las lamparas de aceite, ensaladas multicolor acompañaban aquellas carnes suculentas y estratégicamente colocadas, una docena de botellas de vinos cada cual idóneo para acompañar los platillos.
Inciensos delicados; apenas lo suficientemente aromatizados para que sus emanaciones no corrompiesen la fragancia y sabor de los manjares; ardían con suavidad.
El asombro del Inquiriente no superaba el desprecio de tal derroche, mientras en el exterior la gente se cazaba entre si para alimentarse, aquí, en este remanso inquietante y sombrío se tiraba la caza por la ventana.
El Fratellum Delacroix miró el reloj de bolsillo que siempre cargaba consigo, nueve después de meridian, justamente al termino del servicio nocturno. No hubo de esperar demasiado, la campaña del palazzo comenzó a tañer oscuramente su canto broncineo en la noche.
Jean Phillip Bellmonte apareció entonces.
El Inquiriente lo examinó con la vista de pies a cabeza, Delacroix, con ojo de fisononista, intentó imaginar el tipo de hombre con el que iba a verselas.
Era Jean Phillip Bellmonte un sujeto bastante particular, para la media varonil interconintal, el caballero era pequeño rayando en lo delicado, había algo de chocante que a Delacroix le molestó desde el principio. El Inquiriente supo, tras la primer mirada, que podría llegar a convivir con aquel ser, pero seria muy difícil para el soldado llegar a considerarlo su igual alguna vez.
Los rasgos pálidos de Bellmonte, carentes de vello, reflejaban unas serias escoriaciones en la zona del cuello que la camisa blanca ocultaba bien. El traje negro de asistente le quedaba un poco colgado dándole un aspecto como de espantapájaros, un ser delgado hasta la ridicules caricaturesca vestido con las ropas de un muerto...
Ese pensamiento le provocó una descarga de adrenalina que Delacroix no supo interpretar, el pálido sujeto que tenia delante era na encarnación de lo que Piero conocía como la antítesis de un guerrero, faz delicada, cuerpo quebradizo, una ausencia del carácter sanguíneo que, según el Inquiriente, debía poseer cualquier soldado.
- Santas y buenas noches... - saludó Bellmonte, la voz de aquel hombre, que no sobrepasaria los veintiséis otoños, era profunda y grave. Hueca, como un cuenco metálico.
- Benedícite, Fratellum. - respondió con firmeza Delacroix. Sin apenas cruzar palabra, el mayordomo de Crucifixia se había ganado el desprecio del soldado.
- La baronesa está muy agradecida con nuestro señor y con su Excelentísima por haberos mandado a socorrernos, habréis podido contemplar la locura que ha azotado este lugar que necesita pacificación con urgencia. - habló el hombre tomando asiento, hablaba en nombre de la baronesa y eso apaciguó en parte, las ganas de mandar a paseo aquel espantapájaros ridículo y afeminado.
- Sus... palabras son muy amables, - dijo cautamente Delacroix. - Han visto días muy oscuros, según la carta enviada al sumo Princeps Patrix, estaban sufriendo na acechanza de saqueadores y otros fenómenos mas viles engendrados por la desgracia.
- En efecto... - asintió Bellmonte. - al principio, Lady Crucifixia, cuyas oraciones nos mantienen a salvo, abrió con generosidad las arcas de alimento del palazzo sumando las que traía de sus tierras, pero la generosidad no siempre tiene un justo pago. Las caravanas enviadas a repartir alimento eran asaltadas en el mejor de los casos, en el peor, eran saqueadas. Yo acompañaba una comitiva de reparto cuando la locura se desató. Se nos había advertido que tuviéramos una guardia fuertemente armada acompañandonos en todo momento, en caso de que la desesperación desequilibrase algún impaciente. Debimos escuchar ese consejo... - dijo Bellmonte sirviéndose una copa y bebiendo un trago a sorbitos.
El inquiriente comenzó a cenar mientras escuchaba el relato del mayordomo, de pronto, aquel hombrecito habiase tornado muy interesante.
- Repartimos cuanto buenamente pudimos en uno de los barrios mas alejados del centro de Hurdenia, la gente no paraba de llegar, era la locura, gente golpeándose por haberse metido en el largo culebrón de reparto, otros mas insultando a grito abierto a nuestra patrona y a nosotros, algunas escaramuzas y una que otra trifulca, eso al menos en las horas de la mañana. Conforme el sol se iba colocando en el centro del cielo y la comida en nuestros carretones escaseaba, la paciencia del publico también se agotaba con espantosa rapidez. Y cuando por fin se acabó todo lo que buenamente les llevamos, resultó que no fue suficiente...
Los ojos profundos de Bellmonte reflejaban las velas con quietud, su voz profunda y bien modulada no había temblado ni una vez desde que empezó su historia. Delacroix notó que los ojos de aquel hombre extraño tenían algo de inhumano. Piero no sabría explicar que era, pero simplemente, no eran humanos.
- Fue entonces cuando nos lincharon... - murmuró con sencillez escalofriante el mayordomo. - o bueno, en mi caso, lo intentaron... los dementes aquellos, porque de hombres poco tenían, se nos abalanzaron como una ola de carne y puños, jalando, arañando, aullando, mal diciendo y pelando los dientes como perros famélicos... perros del infierno... hicieron pedazos al primero de los guardias que tuvieron a su alcance, sumergiéndolo a fuerza de tirones en su inmensidad salvaje de muchedumbre rabiosa. Los que quedabamos, nos batimos en retirada tratando de recomponer una formación defensiva, dos mas de nosotros quedaron para siempre embarrados en las paredes de aquel callejón maloliente. Los tres que quedabamos en pie, huimos mientras la turba furibunda hacia pedazos a nuestros compañeros que chillaban por auxilio. Sus gritos y el sonido de sus carnes al ser desgarradas del hueso serán el réquiem que me acompañe aun el día de mi muerte.
Delacroix quedó boquieabierto escuchando con toda la atención del mundo, ahora si, carcomido por la curiosidad y el asombro.
- Atravesar a nado la Estygia no debería ser mas reto del que fue atravesar Hurdenia aquel día... la muerte acechaba a cualquiera que portase el escudo de armas Cultellus o Azkkara por igual en las calles. - otro trago y Bellmonte colocó el corcho a la botella. - nos encontramos con compañeros de otras unidades enviados también a campo con la misma noble misión. Ovejas enviadas a los lobos. Unos eran simples voluntarios que trataban de apoyar a quien los ayudaba, otros mas eran guerreros de la baronesa, del arcipreste, o contratados para reforzar el grueso de la guardia del palazzo, mercenarios. Mas tardamos en reunirnos que en ir siendo abatidos uno a uno, cada metro que avanzabamo, cada esquina alcanzada, cada puerta que se abría, no sabíamos si seria la muerte o la vida quien topasemos al alcanzar la siguiente manzana. El paseo mas infernal que jamas he experimentado. Mis manos nunca fueron hábiles con el sablón, pero el miedo y las ganas de vivir me volvieron un virtuoso espadachín en aquellas horas de desesperación, no sabría decir a cuantas almas envíe a su juicio eterno, ni a cuantos mas ignoré en mi anhelante carrera por sobrevivir, lo que sabía era que al caer el crepúsculo estaba ante este palazzo...
Se hizo un silencio, Delacroix miraba en silencio reverente a Bellmonte esperando que continuase o concluyese.
- No sabría decir de donde salio la multitud,.me acorralaron y me golpearon hasta que perdí el conocimiento. Cuando abrí los ojos, estaba en una de las cámaras interiores del palazzo con las heridas de mi cuerpo vendadas, mi natural esbeltez me había salvado la vida, la turba, tan empecinada en carnear a quien se le atravesase, era mas especial en sus gustos aquellos primeros días de hambre. Solo buscaban a los soldados con mas músculos y grasa dejando a los alfeñiques como yo para los buitres. - fue cuando una débil sombra se dibujó en los finos labios de aquel hombre.
Piero Delacroix se quitó la servilleta del cuello doblándola finamente, había perdido el apetito.


VI

La noche en el puerto de Hurdenia, oscura y pestilente, atraía miles de alimañas nocturnas al profano festín del apocalipsis. La tétrica balada de la carroña resonaba con trémulo compás, la musica del hueso astillado siendo despojado de la carne verdosa y corrupta.
 Rumores lejanos de campanas no bastan para alejar a los buitres de aquel osario a cielo abierto.
 - Es demencial la forma en que un lugar como Hurdenia, tan lleno de vida, pueda yacer ahora de éste modo. - murmuró uno de los caballeros inquirientes encargado de vigilar, mirando la desolación desde el negro recinto del Palazzo Azkkara.
 - Nada es eterno salvo la gloria de nuestro Altísimo Señor. - Sentenció con firmeza Piero Delacroix caminando junto a un grupo de Inquirientes patrullando el Palazzo.
 Delacroix había terminado de cenar con el Mayordomo de la baronesa Crucifixia Cultellus bastante nervioso. Durante sus años de servicio había presenciado la guerra y todos agua horrores y locuras con entereza, pero aquello...
 Era si como todo lo monstruoso y demente hubiese hallado nido en el antes fértil y alegre puerto. Como si el infierno mismo se extendiese en toda su ominosa gloria ante sus ojos mortales. Todos sus soldados eran veteranos bien adiestrados en los ritos mas salvajes y oscuros que la fe había desarrollado para combatir Al Más Bajo, la muerte incluso había sido en cierto modo añadida como vía de salvación para los mas perdidos y era permitida e incluso fomentada la ejecución piadosa. Pero nada lo había preparado para aquello. Al final, la jaula de huesos armada con los despojos de los muertos regados por las calles estaba armada y lista para ser usada en cuanto la hora despuntase.
 Delacroix no quería pasar una noche más en aquel lugar, estaba ansioso por volver a Hyerosolimá y extender la orden que Hurdenia fuera arrasada por fuego y los restos bañados en agua bendita y cal santificada. Pero la beata, la bendita beata necesitaba por lo menos tres días más para estar lista para la partida.
 Aunque el caballero estaba un tanto confuso si despreciarla por debilidad al viaje o admirarla por tener el valor de permanecer mas tiempo en aquel trozo del Hades.
 - Por mas santa que sea no deja de ser mujer. - Escupió con desprecio Delacroix.
  Afuera, el aullido de los chacales auguraba cosas peores por venir.

  Al girar en una esquina junto a su guardia, Piero Delacroix notó que el mayordomo de la baronesa Crucifixia Cultellus vagaba por el patio, el menudo hombrecillo había causado impresión en el capitán de Inquirientes, le parecía difícil de creer que tal espantapájaros hubiese pasado por todo lo narrado durante la cena. Pero así parecía ser, aunque algo raro sin duda ocurría en aquel castillo, la valette de Crucifixia no era otra que la sobrina del arcipreste Angelo Azkkara. Cuadros de la chica adornaban los pasillos, aunque había mucho de diferente entre la ninfeta del cuadro y la pálida adolescente de las cofias negras. Según había sabido, la chica habría sido resucitada por la baronesa apenas llegada a Hurdenia. Luego tenemos al mayordomo, bastante extraño y con una presencia repulsiva, ¿Que había ocurrido en el palacio negro que ahora ocupaba la eremita de Cuatro Cruces?

VII

El castello Azkkara estaba en silencio en la madrugada fría de Hurdenia, la noche había estado plagada de ruidos insanos y la alborada sangrienta no era mejor.
El llamado de la campana del palazzo llamaba a servicio. El broncineo repiqueteo de la melancólica cancion retumbaba con tristeza en las calles asfaltadas de inmundicias y podredumbre. El cielo acerado contestaba la canción de las campanas con sus propias campanas de apocalipsis, era un día de nubes grises, un día de tristeza.
Una gota al principio, solitaria e impronta golpea el vitral del palazzo con un rumor apagado.
Dentro de los muros, el ojo de una gorgona se abre, bestial y temeroso.
- ¡Dulcinea! - Jadeó la ronca voz de la cosa antes conocida como Crucifixia Cultellus.
- Mi signora... - le respondió la voz átona de la zekke que la asistía como valette.
- ¿Cuando dijo el Inquiriente que saldríamos? - susurró cambiando el tono ubicando a su criada recostada a su lado en la cama suave que ocupaba desde que su piel habíase sensibilizado al grado de no soportar mas el huevp de la pared.
- A primma hora mañana. - Respondió la doncella pegándose mas al cuerpo semi completo de la baronesa.
- Tienen suerte que ya no necesite mas ingestión para reponerme. Me habría resultado mejor acabar con ellos aquí y ahora que tener que depender de sus vidas mortales. - terció Crucifixia recostándose bocarriba en la oscuridad de la cámara. En el exterior, la lluvia arreciaba con fiereza.
Dulcinea, la sobrina resurrecta del arcipreste Azzkara, subió sobre el torso andrógino de la baronesa acariciando la suave piel recién nacida, en sus fríos dedos muertos, la zekke recordaba el terso tacto de la piel de un bebé.
Crucifixia jadeó, mitad de sorpresa, mitad de excitación, las piernas de la revivida se abrieron con suavidad aprestándose servicialmente a recibir el viril ariete de su señora.
La mente de la baronesa volaba con demencia aferrándose a las sabanas con fuerza y apretando sus dientes rechinandolos con deseo.
 Aquellas caricias heladas y torpes de su revenida favorita en su piel tan sensible la enloquecían al grado que únicamente su larga experiencia en el campo de venus le permitía mantener la mente concentrada en proyectar su deseo a la muerta manejándola como la marioneta son alma o voluntad que era.
 La penetración fue agónica, mas intensa de lo que la baronesa de Cuatro Cruces recordara desde su muerte. Dulcinea se acopló por su cuenta con la naturalidad que la experiencia de Crucifixia le brindaba, con mucho cuidado, la zekke comenzó a balancearse sobre el regazo de su señora mientras esta se dejaba perder en aquél cuerpo muerto hace tiempo en una extraña necrofilia que nunca en sus salvajes años tempranos de impiedades había soñado.
 Afuera, la lluvia arreciaba amenazando con furia la integridad de las casas mas derruidas en el caos reciente.

 *****

 Piero Delacroix salió de su servicio matutino sólo para toparse con que no quedaba nada por hacer mas que aguardar.
 Él, un Inquiriente guerrero, varado otra vez por la lluvia.
 Sin nada por hacer dado que todo estaba en orden para la partida, decidió ir a la biblioteca del Palazzo a redactar las misivas, una para el Princeps Patris en Hyerosolimá, y la otra para la siguiente Mecenas en la senda de Crucifixia; Angelique Sulfúria, la Consignadora de la ciudadela de Theranglia que estaba a dos semanas de viaje de Hurdenia y donde cientos de refugiados hurdenios huyeran cuando la gran mortandad.
 Con parquedad, el Inquiriente contó lo visto y oído en su misiva a su Excelentísima recomendando que los hermanos archivistas fuesen a Hurdenia y salvar lo que se pudiese y aplicar la Damnatio Memoriae sobre el puerto y destruirlo hasta donde el altísimo lo permitiese, el puerto estaba irremisiblemente perdido.
 En su otra carta, el monje militar solicitó asilo y apoyo a la Consignadora Sulfúria, mas puntualmente, que una comitiva de soldados acudiese a encontrarlos en su paso para evitar alguna emboscada.
 Al terminar, Delacroix miró por un ventanal, fuera, la lluvia torrencial no dejaba ver mas allá de los goznes.

 - Maldigo el camino lodozo que nos espera mañana. - suspiró cerrando el ventanal.

lunes, 24 de abril de 2017

El Culto a Domina Cultellus - Kapitel Einz


El Culto a Domina Cultellus

«Seguí al Demonio, este me hablaba de asesinatos, suicidios, depravaciones y todos los pecados que engrosan las filas del Infierno. Lanzaba hórridas carcajadas. Había en la siniestra ironía del maligno algo de fatal que me dominaba.»

Alexandre Dumas - Historia de un Muerto narrada por el mismo.


Libro Único

Capitulo Primero

~ I ~

Domina Cultellus era una de esas almas pérdidas marcadas por el signo de la fatalidad desde su primer aliento, su nacimiento fue un hecho anunciado por terroríficos Milagros. Una bandada de palomas murieron dejando el atrio de la Ecclesia Mayor de Cuatro Cruces lleno de cadáveres y mierdas de paloma.
Varias lunas de sangre seguidas de un eclipse no anunciado dieron a su fin cuando la futura Sibila nació en la opulencia del castillo de los Barones Cultellus.
Nació poco antes de medianoche en Saturnales consolidándose como un espíritu fogoso y libertino así como inclinado al desenfreno.
Su ambivalencia de género causó que su noble padre, Hyerolamus D'Hermès, Barón de Cultellus encaneciera prematuramente, no ayudó que su nacimiento fuese seguido por mas eventos oscuros y terribles. Dos Ecclesias ancestrales edificadas en madera cuatro siglos atrás ardieron la noche de su alumbramiento, una treintena de personas, adscritas a una secta pagana clandestina que tenía al oscuro dios abismal Nodentis, se colgaron del puente entre Montesombra y Cuatro Cruces tras pasar una semana de predicas anunciando algún evento glorioso.
En los manicomios los casos de histeria y psicosis se intensificaron con un salvajismo nunca antes visto. Durante la temporada vernal hubo casos de plaga y varias lunas de sangre bañaron con sus mortuorios rayos las tierras oníricas del feudo.
La heredera de los barones Cultellus no fue formalmente presentada debido a su deformidad de nacimiento, ya que ésta impedía a los padres definirla como doncella o efebo.
Siempre conflictiva y por demás inquieta, abrazó la vida licenciosa del vicio desde muy joven iniciándose en la vida libertina por medio del soborno a sus criadas y criados.
Durante su reclusión temprana, Domina llegó a recibir una educación que pocos en el feudo podían aspirar a recibir, aprendió la gramática así como lenguas antiguas y extranjeras, el álgebra y la geometría, la matemática y la heráldica. Fue instruida además en varios ejercicios nobiliarios, la halconería, la caza, el tiro con arco, con ballesta, la esgrima, la equitación, el baile, la cata de vinos e historia del arte, pero sin duda, lo que más dominaba aquélla hechicera, era la retórica y la oratoria.
Quiso el demonio que aquélla chica hallara entre sus lecturas, negras referencias a las artes oscuras, Domina era bastante espigada e inteligente, por sus propios medios comenzó a recolectar libros de hechicería, grimorios y libros de ciencias naturales, prohibidas y mecánicas. A escondidas, la bruja primeriza encontró referencias a la magia tántrica, las podes sensuales y el desgaste por medio de la magia sexual la atrajo, dada la hechicera llamada de sirena del sexo en el cerebro adolescente.
A sus quince abriles era poseedora de una considerable fortuna debida a años de dedicación medio encubierta al oficio de meretriz. Eso y su naturaleza astuta le permitieron granjearse un séquito de amigos bien colocados en las altas esferas del poder tanto real como secular al grado de no resentir el ser echada de su casa ignominiosamente tras saberse de su vida secreta libertina.
Domina era una joven de hermosos y frescos rasgos que aprendió a cultivar gracias a los consejos de la mamasanta mayor del prostíbulo donde oficiaba tras ser expulsada del hogar paterno.
De ojos profundos, verde Esmeralda con una ligera línea avellana en el izquierdo, rojos caireles cayendo en sus nobles brazos y de una dureza de rasgos encantadora tanto para hombres como mujeres.
No era extraño que Domina frecuentase a señoritas de alcurnia libertinas, viudas y gobernantas por igual que condes, banqueros y políticos. Pese a su juventud, la joven meretriz sabía que la fortuna estaba no sólo en el poder de sus sexos, sino en la influencia que ganase mediante ellos.
Y Domina llegó a los veintiséis años rica y con gran influencia política en los actos de la Villa de las Cuatro Cruces.
La joven además había entrado en el hermético mundo de las artes secretas, las mancias de los antiguos fueron su catecismo, los grimorios malditos fueron su abecé y los demonios sus maestros.
Por aquellos remotos años, aún más paganos y fanáticos, se corrían las mil leyendas que hablaban de las antiguas Soirées D' Akelarre, Los Bailes en el Campo del Macho Cabrio, y de cómo el tétrico señor de todos los cementerios se manifestaba ante su séquito de almas pérdidas.
Domina había entrado en contacto con una rama oscura y clandestina del culto del bosque negro. Una bruja gitana, Madamme Ravennà, la puso en contacto con el Hombre Negro del Sabbath, el oscuro sacerdote oficiante de los cultos brujeriles a cambio de protección y asilo.
Por él aprendió a conjurar fuerzas aún más oscuras que las que habían guiado su existencia hasta entonces. Y fue por medio de aquel ente de piel de ébano y rasgos indefinibles que se decidió a vender sus Manes al Maligno.
Selló su pacto con el señor de los abismos a cambio de juventud, poder y fortuna, una nadería para él barón del destierro. Antes de que él gallo cantase tres veces aquélla mañana posterior a la Noche de San Juan, a la maisson d'etrè en la que vivía, llegó la misiva para Domina en que el audittore de su padre le anunciaba la muerte del Barón de Cultellus. Domina habíase quedado con toda su herencia.
De la noche a la mañana, Domina Cultellus había sumado una fortuna aún mayor a la que ya poseía, aumentando además, tierras de riego, temporales y zonas de monte así como las rentas anuales de varias fincas y zonas residenciales de caza al estado y la Ecclesia. Así como el título de Baronesa de Cultellus.
Domina se quedó asombrada ante aquel giro en la decisión paterna para cederle todas sus posesiones así cómo sus títulos nobiliarios a pesar de su harto mancillada reputación de puta.
Tal era la voluntad del oscuro emperador de la noche. Domina Cultellus ahora era Baronesa y Señora en la Villa de las Cuatro Cruces.
Tras su nombramiento y unción nobiliaria, la ahora Baronesa decidió pasar un año sabático en una de las abadías de su familia.
Los amigos y clientes reputados de Domina pusieron entonces énfasis especial en restaurarle el honor a la bruja de veintiséis años. Veían en aquélla criatura lujuriosa y astuta una poderosa aliada a la que convenía tener al lado. Así pues, los primeros meses tras ser nombrada Baronesa, comenzaron las obras de restauración de templos, liceos, calles y monasterios. Domina habilitó una red de altos templos y abadías góticas rodeando la comarca entera de Cuatro Cruces a manera de un cerco especial Unidas.por callejuelas empedradas hermoseada por puentes góticos de arco cubiertas de relieves primorosos. La gente asintió piadosamente, y hasta los más recalcitrantes en aceptar a la anterior atleta de Citeres como noble mecenas hubieron de aceptar que Domina buscaba redimirse.
Nada más alejado de la verdad.
Conocedora de los ángulos místicos capaces de abrir puertas a través de lo que los ancianos del desierto denominaban "singularidades lineales ley" hacia desconocidas regiones de la existencia, Domina Cultellus colocó en puntos clave dichos templos y abadías.
Los torreones y templos iban alzando sus chapiteles hacia el infinito al tiempo que la Villa comenzaba a ver una prosperidad como jamás había visto hasta entonces. Domina además ayudó a alzar un Liceo universitario juntamente con los condes de Montesombra y de otros condados adyacentes en busca de aumentar su acervo de conocimientos y con propósitos aún más tenebrosos aguardando a la espera.
El que mora en las alturas habría contemplado la geometría de pesadilla y el símbolo infame que la Baronesa blasfema había formado en su tierra con enclaves supuestamente sagrados. Un signo de muerte que invocaba a un oscuro e ignoto ente ancestral a su tierra. El llamado Nodentis
Y el oscuro desconocido llegó a la Villa de Cuatro Cruces con los primeros vientos de abril. Cuando las lluvias asolaban la melancolía del valle de Vierzeiten

~ II ~

La Baronesa Domina Cultellus había estado él día entero esperando la respuesta a dos misivas que había redactado y despachado él día anterior. Una de ellas, elegantemente redactada en una fina letra de mujer en papel perfumado, había sido enviada a la abadía de Santa Thèlema, a Soror Anne Mariè. Una novicia de diecisiete años a la qué había impresionado en los oficios de tinieblas a los que asistía falsamente para engañar al pueblo.
La joven, conmovida y asustada por los modos regios y fríos de la noble, había cedido a los deseos de la Baronesa en algunas ocasiones.  en la privacidad de la celda de la Soror, con pretexto de recibir el Sacramentum Confession amparadas por el secreto.
La otra carta, era de un carácter muy diferente, tanto por su redacción cómo su asunto a tratar. Era para un noble llegado de fuera que solicitaba una audiencia con ella. El Conde De L'Autremonde*.
Domina conocía bien el verdadero nombre de aquel misterioso fuereño, y sabía lo que aquello significaba.
Había llegado la hora de su bautizo oscuro y su nombramiento cómo emisaria del abismo. La Baronesa sabía que aquel trato a cambio de poder y riqueza llevaba consigo la promesa de un pago, y éste era un encargo, una misión qué Domina tenía que cumplir pese a todo, salvo aquel condicionante, la Baronesa era libre de obrar como le dictase su negro corazón.
Estaba ansiosa por la segunda, conocía bien la respuesta a la primera como para prestarle atención. Pero sí que la intrigaba saber qué encomienda terrible le asignaría su oscuro patrón.
Y llegó la respuesta a está primero.
Un sobre negro sellado con un escudo de armas brutal y de oscuro significado con olor a incienso de violetas.

«La noche de Walpurgis, alístese para entrevistarse con este ilustre fuereño qué viene de lejos a prestarle honor. Un coche la buscará antes de medianoche para llevarla al castillo de L'Autremonde.»

Tres estrellas en vez de firma.

Domina Cultellus supo qué no pasaría de aquélla noche profana sin que su existencia no diese un giro radical. Un propósito oscuro se avecinaba y la bruja no sabía hacia donde, aunque no temía. Al contrario, estaba ansiosa.

~ III ~

Los días transcurrieron en ensueños de drogas e inciensos, la Baronesa había secuestrado a la novicia, silenciado toda protesta con su oro inmundo y se había encerrado en un castillo alejado aunque bien abastecido con está. En esa plácida isla tan lejana a la civilización,
Domina había optado por pasar todos los días que le quedasen antes de su entrevista con su oscuro contratante, perpetuamente entregada a sus más negros impulsos. Saciando su sed de lujuria con Soror Anne Mariè cada vez que lo deseara ocupando su demás tiempo en elevar volutas de humo de opio drogando a su ya de por sí atontada víctima. La desdichada monja estaba perdida, completamente sumida en un trance opiáceo en que Domina la mantenia. La joven novicia odiaba e idolatraba a partes iguales aquélla criatura que le arrancaba suspiros de miedo, dolor, placer y éxtasis a fuerza de violentos orgasmos.
La Baronesa además, saciaba su sed de violencia contra otras tantas infortunadas que había secuestrado del asilo para locas en vez del convento azotándolas y torturandolas de modo inhumano dejándolas a veces en los puros huesos, enloqueciéndolas aún más allá de sus ya fragmentadas psiques.
La noche de Samhain de aquel año de tinieblas en Cuatro Cruces, Domina Cultellus se encontraba sobre el cuerpo trémulo y sudoroso de su amante, sus caderas se bamboleaban con flexible naturalidad, sus bufidos eran silenciados por los gemidos de dolor y placer de Anne Mariè, la luz de la vela aromática iluminaba la tiniebla de la recamara, una mezcla del olor a violetas, sudor y sexo inundaba el ambiente caldeado. Domina apresuró sus arremetidas al sentir el estrecho altar de Venus de la novicia trémula apretando su erecto ariete de piel. La quijada tensa por el esfuerzo del hermafrodita emitió un tronido de placer al sentir cómo la temblorosa chica apretaba más su estaca de lujuria.
Afuera el viento de la noche tormentosa soplaba con violencia. Mal la pasaría quien careciese de techo a todas vistas.
Una tempestad asolaba el feudo, era una embrujada noche de terror y misterio.
Las gárgolas del castillo Cultellus vomitaban ríos de agua de cielo contemplando desde las salientes de los tejados góticos y las torres altivas e inmemoriales.
Domina aumentó la violencia frenética de su cópula a un punto inaguantable, el tálamo de su recamara rechinaba con violencia al unísono tronar de su piel con la de Anne Mariè, la Baronesa apretó las quijadas dejando escapar un quejido de animal herido al alcanzarla el agónico momento del orgasmo liberador. A cada golpe de caderas, la delicada Soror soltaba quejiditos ardientes a los oídos de Domina Cultellus.
La tempestad continuo hasta cerca de la medianoche, cuando un carruaje negro tirado por recios corceles negros arribó al castillo de Cultellus.
El cochero fantasmal se presentó ante el tembloroso y desvelado portero con una tarjeta en la que únicamente brillaban tres estrellas en lugar de firma.

~ IV ~

Domina viajaba en la noche por una vereda que no reconocía, la Baronesa conocía bien las sendas que salían y entraban de Cuatro Cruces, y de todas, la única que se le antojaba que seguía en el carruaje era una que atravesaba el.camposanto antiguo.
Domina miró a la luz de los relámpagos, blancas siluetas óseas se erguian en montículos como enanos terribles; agazapados esperando saltar sobre el incauto. Eran lápidas tan viejas que ya ni eran legibles.
La bruja había oído leyendas acerca de aquella tierra y el por qué habían abandonado aquél cementerio y buscado un nuevo sitio donde sepultar sus muertos.
El carruaje continuó el viaje en tinieblas bajo el ruido de la lluvia hasta que escuchó el sonido amortiguado de los cascos sobre el puente de madera de un castillo.
Transcurrieron escasas formalidades entre la Baronesa y los siervos de su anfitrión antes de que un criado con librea acudiese a anunciar la presencia de la noble.
Al poco, Domina era instalada frente a una mesa regia atestada de manjares exóticos así como de gran colorido, variedad y olor exquisito.
El Conde de L'Autreamonde apareció por una puerta enfundado en una negra levita con forro púrpura, Magnánimo, presumía en los labios una sonrisa de soberbia.
Era el Conde un hombre pálido de ojos astutos y mirada torva en azúl, labios sensuales que destacaban en su alba faz debido a lo encarnado de éstos. En apariencia delgado con una cabellera negra azabache sujeta en una cola de caballo sujeta por un listón purpúreo, nariz aguileña y expresión sombría llevaba escrito en la frente que era un ser de extraordinarias infamias.
La entrevista fue breve pero tan intensa que la bruja jamás olvidaría aquélla noche en los años que le restaron a su breve e intensa existencia, hubo dramaturgos arruinados que intentaron vislumbrar por medio de drogas aquélla asamblea de ensueño entre una bruja y el señor del destierro.
Sean cuales fueren las banalidades dichas en aquélla entrevista, sólo quedó en claro que la noble buscaba poder y riquezas así como gran sabiduría en las artes más negras, el sonriente señor oscuro asintió satisfecho, gozoso de tener una alumna que mostraba tanto entusiasmo por aprender las sendas del Averno.
A cambio, una sola cosa.
Restaurar el viejo culto a los Dioses tenebrosos que dormitaban bajo las aguas, bajo los valles, fuera, entre las estrellas y más allá de éstas.

~ V ~

Luego de esa noche, Domina Cultellus comenzó a ejercer en secreto el oficio de bruja. Convenció en secreto a varias de sus cortesanas de que ella era una maga instruida en las Mancias y filtros amatorios y de «herencia» más prohibidos y eficaces ofreciéndoles sus servicios oscuros. No era raro que las cortesanas de Cuatro Cruces y del feudo entero en general, tuvieran varios galantes caballeros alrededor, y las celosas nobles echaban mano de cuanto podían para asegurar la fidelidad de sus franchutes de turno hasta que se hartaban y los despachaban, si los vividores se rehusaban amenazando con exhibir la moral de la dama, era seguro que el monigote terminaría silenciado por algún filtro preparado por la mismísima hechicera Cultellus. Aunque no eran los únicos que perecían por algún filtro de aquellos, los de «herencia», como los llamaban por lo bajo, servían para enviar a los longevos cabeza de familia de cabeza por el albañal del señor a la brevedad, dejando libre el paso a las generaciones ansiosas de poder y fortuna.
Domina Cultellus además aconsejaba a las damas de su corte acerca de lo provechosos que eran sus filtros para heredar a la brevedad y así asegurar tanto devotas, aliados y clientes, si alguna de sus nobles tenía algún padre de ilustres blasones y generosas arcas, o algún marido viejo propietario de una caja sustanciosa y varias heredades, el consejo era el mismo. Sobrevivirles a la brevedad posible.
Además de aquello, la bruja les proporcionaba lecturas de cartas y de mano así como una larga lista de Mancias, hechizos, rituales y demás prácticas complementando todo con sus artes sensuales de seducción.
La bruja Cultellus no temía que se descubriera aquello, después de todo, como se había enterado, habia una verdadera logia oculta infernal reservada para nobles libertinos únicamente.
Las Lucis Tristis o Luces Furiosas.
La baronesa había comenzado a ganarse fama de adivina en aquélla hermandad oscura de nobles, ricos y potentados. Escudada en la discreción que su jerarquía en aquélla sorority infernal le daba, la Baronesa practicaba las Mancias más comunes entre los paganos e incluso algunas que ni éstos conocían granjeándose poderosas alianzas.
Entre las más asiduas a las lecturas de cartas de la baronesa estaban varias señoritas de alcurnia y señoras muy principales. Sería paradójico para el observador notar como las señoritas de Chevrese, o la viuda de Gerardhese corrían tras los pasos infernales de tal Furia en secreto y aferraban la Cruz tan fanáticamente en público.
Los pasos de la Baronesa Domina Cultellus guiaban una procesión siniestra de ciegos en pos de la Muerte, en un culto sanguinario dónde la sangre era la moneda corriente, la automutilación el ritual y el dolor... El precio de la Salvación.

martes, 18 de agosto de 2015

Libro Cinco - Peregrinajes, Conversiones y Profecías de Santa Crucifixia Cultellus

Peregrinajes, Conversiones y Profecías de Santa Crucifixia Cultellus




Et occurrent daemonia onocentauris et pilosus clamabit alter ad alterum ibi cubavit lamia et invenit sibi requiem.

Wild animals will roam there, and demons will call to each other. The night monster will come there looking for a place to rest

Las fieras del desierto se encontrarán con las hienas,
el macho cabrío llamará a los de su especie a gritos;
Sí, el monstruo nocturno se establecerá allí,
Y encontrará para sí lugar de reposo.
Allí habitará el fantasma que espanta de noche,
Y encontrará sitio para descansar.

Isaías 34:14

Libro Primero - Un Mundo de Tinieblas

~ I ~

La Baronesa Santa Crucifixia Cultellus, Primma Condenatrix ed Inquiriente Mayor del Feudo de Cuatro Cruces repasaba el grimoire terrible que le contaba del Rito Pestilentia.
Crucifixia notaba que algunos de sus vasallos comenzaban a murmurar acerca de ella cuestionando algunas de sus conductas, en especial el condenar casi semanalmente a algún infeliz para execrarlo después en la Chapelle des Martyrs.
No importaba que hubiera abierto una academia para la Formación de Damas de una estricta disciplina en la que, cómo no, sólo entraban muy pocas aspirantes de las tantas que ansiaban enclaustrarse en aquellos burdeles sacramentados. Porque Crucifixia siempre exigía de las alumnas su ferviente entrega total a la Baronesa que dispensaba bien su silencio al respecto.
Incluso había, en secreto, oficiado un sacrílego ritual donde, investida del poder secular que le cedía la Cruz de los Corazones Puros, había ordenado Prioras, Mátricis y Sorors a dos docenas de meretríces, brujas y envenenadoras de su serrallo personal para que fungieran como maestras y sacerdotisas guías de las chicas internas.
Venenos, hechizos, mentiras, lascivia y astucia eran las herramientas secretas, artes oscuras y profanas escudadas en el atractivo rostro tallado como respetable recinto avalado por la Iglesia Milenarista Dolia Hymenaios.
Crucifixia disfrutaba enormemente aquella victoria secreta.
Ella, sierva de Nodens había plantado una bandera negra en el pleno rostro santificado del feudo. Y nadie sospechaba nada, nadie que importase, si Crucifixia sabía de algún infeliz pordiosero predicando, lo mandaba prender y después ejecutar, aunque aquello iba suscitando, si no sospechas sí inquietud.
Además estaba el caso de las moscas Isdélicas que la acechaban.
Crucifixia había hablado con Nodens y éste le había aconsejado partir de Cuatro Cruces, esto, como todo lo que hacía Crucifixia tendría un doble propósito, se avecinaba una hambruna como nunca se había visto, y debía prevenirse con alimento para ésta horrible temporada. Y otra, poner distancia entre sus perseguidores y prepararse para aplastarlos.
Ni tarda ni perezosa, la Baronesa había decidido su plan de acción, saldría hacia el Porto di Neronis en unos días, aunque había optado por hacerle creer al vasallaje que había partido del feudo.
Así pues, secretamente mandó varias misivas a sus allegados más importantes y corruptos para avisarles de su decisión de ir por provisiones a costas lejanas por la hambruna que se avecinaba, aunque era obvio que la cruel Crucifixia habría convertido a su causa a varias ilustres jefas de familia que veían en ella la Perfecta Creación del Dios y varios corruptos Condestables, Duques y Marqueses que se solazaban con las huérfanas que los internados y monasterios bajo el mecenazgo de la Cultellus recibían para ofrecerlas como siervas o prometidas. Crucifixia comenzaba a apoderarse del feudo, por oro, por lujuria o por fe, la demente Baronesa Cultellus tenía la moneda exacta para pagar cualquier conciencia.
Excepto las herejes isdélicas, pero era ahora cuando la Primma Condenatrix iba a dejar caer toda la furia del clero contra esos herejes paganos.
Y pronto, ocurriría el milagro de unificar ambas ramas en una sola.
Después de todo, la iluminación de las calles, avenidas y callejones de Cuatro Cruces eran alimentados por los resinosos óleos de los muertos.
Crucifixia sonreía entre el humo del interior de su carruaje, apoyaba el mentón abandonadamente en el puño derecho, en la mano izquierda sostenía una humeante pipa llena de hierba de masshú.
Se dirigía velozmente al internado para quedarse unos días y preparar el barco que fletaría dirigiendo desde las sombras los preparativos enviando a una Bokkor menos corrupta a organizarlo, a ser su voz, suma y apariencia total.
Tendría que ser grande, para acarrear las infames cargas que la Baronesa pensaba llevar a través del Mare Interiorum, desde las tierras desoladas, selváticas y áridas del sur, infestada de paganos de lengua desconocida y costumbres por mucho salvajes.
Y ahí era donde pararía, buscaría llegar al reducto más lejano de civilización, la eterna Hyerosolimá, donde el Princeps Patri de la Iglesia Milenarista Dolia dirigía las bulas, ex votos, vulgattas y demás escritos sacros. Ahí, la Baronesa mostraría credenciales, documentos y demás signales que la reconocerían, primero como beata y después como santa.
Si sus credenciales no bastaban, Crucifixia convertiría al Princeps Patri en un obediente Zekke al cuál para así ordenarse, no atravesaría medio mundo por menos que eso.
Además, si lograba perfeccionar el método de desplazamiento multi espacial alcanzaría una nueva virtud sacramental, la bilocación.
Porque, pese a haberla experimentado con modestos aunque positivos resultados, el desplazamiento dimensional no era el método idóneo para arribar a la ciudad sagrada, no, además, Crucifixia tenía que exhibir sus dotes milagrosos ante ojos crédulos fanatizados más allá de la razón, quería que gritaran su nombre en éxtasis religioso batiendo las manos estruendosamente como simios entrenados a cada pase de manos, blasfemia o hechicería suya.
Y si lograba dominar el arte de los ángulos, terrenos, tiempos y palabras correctas en el orden debido, cierto era que lograría poder viajar en un parpadeo hacia cualquier parte de la tierra, o incluso de las dimensiones, alcanzando incluso algunos paraísos obscuros y extraños habitados por seres cuya presencia sería la locura de los no iniciados, pero de una sapiencia ancestral tan vasta como el negro espacio que los cobijaba.
Crucifixia sabía también que con aquél arte podía alcanzar las dimensiones de Nodens en su lúgubre plano existencial, claro que en los fanáticos tiempos de Crucifixia, de represión clerical y oscurantismo, lo que la futura Santa llamaba Paraísos sería a posterior llamado Planetas.
Sí, la fanática hechicera estaba planteándose seriamente poder viajar no sólo de un punto a otro en ésta tierra, sino además viajar más allá de ésta hasta los oscuros planetas orbitantes en lejanos e impensables abismos ajenos a nuestra existencia aún hoy.
Y el sitio escogido era ni más ni menos que el Colegio de los Misterios Santa Thelma.
La blasfema escuela donde meretrices, asesinas y hechiceras educaban a cientos de adolescentes en sus execrables materias.
Crucifixia estaba ávida también de aquél conocimiento, ya que con éste se podía alcanzar un nivel de consciencia y vida que volvería a quien lo usase un ser casi inmortal.
La lozanía de su cuerpo siempre sería la misma a lo largo de los siglos reinando como un milagro viviente apoyada en la fe.
Aunque primeramente debía anexar las dimensiones de Nodens con la suya, o mejor dicho, reactivar la unión, ya que alguien antes había logrado el obscuro milagro de enlazar las dimensiones en el pasado.
Un antepasado de Crucifixia, una bruja ahorcada en la colona de Ulver.
La Baronesa sonrió, sabía que nadie en su feudo quedaba vivo que recordase la infame historia del culto a Domina Cultellus, la sibila de Cuatro Cruces.

~ II ~

En el Colegio Santa Thelma de los Misterios tenían lugar varias pruebas duras para las chicas ahí internadas.
Los séis días en el infierno eran una ceremonia obscura, llena de simbolismos y extraños rituales, ancestrales y profanos que se solía llevar a cabo en las criptas subterráneas de dicho colegio que, antes habría fungido como cementerio y Leichenhaus para los excomulgados y ejecutados.
Dicho rito consistía en varias etapas extenuantes, agotadoras y a veces tan retorcidas que solían descomponer las psiques de las alegres participantes que, ignorantes por completo de los horrores a vivir, reían y se solazaban de ser de las pocas escogidas, un puñado de adolescentes del mismo grado.
El orgullo acariciaba las húmedas cavernas del ego de aquellas señoritas, hijas de sociedad que se veían arrastradas a las profundidades abisales de la Chambre des Mortes, pues bajo los parias ejecutados, locos, vampiros, ladrones y asesinos eran celebradas estas bodas negras, sádicas y bizarras.
Todo comenzaba con "La Selección"; de todos los grados y grupos de escuela media se extraían a seis chicas, hijas del feudo por fuerza, salvo excepciones muy extraordinarias eran aceptadas las de afuera de Cuatro Cruces, y esto aún con bastantes recelos.
Ocurría también que una madre elitista moviera cielo y tierra para que su preciosa heredera fuese aceptada en las violentas, sangrientas y grotescas soirées infernales.
Una vez seleccionadas las seis participantes se procedía al primer Rituale Infernorum.
Claro que aquellas celebrantes aceptadas debían reunir no sólo una figura perfecta de piel inmaculada, el color de ésta daba iguál, pero la tersura, vivacidad y correcta pigmentación sí que contaban; medidas físicas perfectas; manos, brazos, torso, cabeza, piernas, pies, caderas, cintura, senos, cuello y hombro.
Una beldad de rasgos y purezas de mirada propias de la mismísima Mátrici Sancta así como inteligencia, modales y conocimientos superiores a la media del internado.
Se aislaba entonces al grupo, Cuatro Guardianas escoltaban y preparaban a cada Celebrante, despojándola de sus prendas mundanas por separado ya que tenían que jurar el Advoco Silentium, un juramento In Extremis con el que las participantes juraban silencio forzándose a retraerse en sí mismas, luego eran purificadas con un baño en tina de rosas, violetas, orquídeas, aceites y esencias especiales, tras su purificación, sus cuerpos eran envueltos en albos sudarios y se les colocaba una máscara de plata fina con la expresión de la Traggedia, las calzaban con zapatillas cómodas tipo chinelas y las guiaban a la Torre della Fumma.
Ahí se decidía el orden en el que se irían uniendo a las demás en la ceremonia final; una vez que las seis Celebrantes estaban enmascaradas y amortajadas, semejantes a cadáveres ridículamente disfrazados casi se olvidaba que eran jóvenes vivaces, alegres y hermosas.
Y aunque las alumnas lo ignorasen todo o casi todo de la tradición ominosa, no dejaban de tener la sensación de que aquello tenía un significado profundo, obscuro y poderoso, mucho más horrible por su ambigüedad y terrible por su enigmática mecánica.
Durante los días que hiciesen falta, las seis Celebrantes, acompañadas siempre por dos Prioras se dedicaban a una agenda curiosa y rigurosa.
De las siete de la mañana a once del día se dedicaban al hilado. De once a tres debían escribir poemas temáticos y romanzas así como salmodias y oremus. De tres a siete de la tarde se debían redactar ponencias filosóficas relevantes de la historia mundial y del imperio propio, de siete a once de la noche, informes de artistas y movimientos artísticos a lo largo de la historia. De once a cinco se les permitía dormir, en las sillas incómodas de madera debían ocupar durante aquellos días de prueba, no pudiendo abandonar aquellos sitiales salvo para ir a los lavatorios. Y de cinco a siete las Mátrici Prioras oficiaban el rito matutino que las candidatas, siempre en silencio y evitando tener contacto visual entre sí, debían atender con solemnidad. Debido al voto de silencio se les excusaba del cántico matutino.
No comían ni bebían, así, su agonía iba extendiéndose hasta que una tras otra iban desmayándose por tan exigente trato, así, se decidía el orden en el que irían agregándose a los oficios y ceremonias que se llevarían a cabo bajo las tumbas.
La primera en perder el conocimiento era la última probable candidata exitosa. Tras terminar la prueba de la Torre se les alimentaba excelsamente siempre con estricto balance para que las Celebrantes conservaran la frescura de sus carnes y la lozanía de sus rostros.
Seis Días en el Infierno era sólo un decir, la verdad era que aquello podía alargarse varios días, pero, los seis días primeros eran los que correspondían a la Sodales.
Una vez en el Locus Sanctus se abría al Palacio de las Siete Puertas; una de ellas, era la puerta de acceso al recinto, las otras seis se repartían a lo largo de aquél subterráneo jardín de delicias impuras.
Un amplio salón de setenta y cinco metros de radio, pues era circular, lindas jardineras con planta de sombra rodeaban aquél sitio.
En las paredes salitrosas crecía una variedad particularmente extraña de kozu.
Y las demás puertas, todas de diferente estilo, color y grabadas con simbología arcana y obscura rezaban los Títulus de sus ocupantes.
La primera Celebrante admitida era Cáos, y bajo éste Títulus debía ser nombrada; ésta sería monitoreada siempre por cuatro Grand Soeurs, es decir, Matricis ordenadas y debidamente enmascaradas, revelar la identidad estaba totalmente prohibido, al final del día, serían las Grand Soeurs quienes decidirían si seguía dentro del Palacio perfeccionando sus "Virtudes" o si enfrentaba el juicio de las Siete Señoras.
El uso de la máscara plateada era obligatorio en todo momento en el patio, más en la intimidad de sus Chambres podían hacer lo que les viniera en gana, pudiendo contar con la asistencia de una doncella de compañía que podían, o bien llevar ellas (un privilegio no del todo escaso entre las Celebrantes más pudientes) o se les asignaba una, sobra decir que el Advoco Silentium de dicha Doncella de compañía era obligatorio, jamás podrían dirigirse a su ama por palabras, antes bien, debería cubrir todas las necesidades y caprichos de sus amas sean cuales fueran éstos, además de portar cofias negras menores como las soror novicias (siendo en su mayoría de éste grado entre la congregación de aquél Monasterio escolástico) y la obligatoria máscara, siendo en su caso de bronce y no de plata.
El segundo día comenzaba con  la entrada de "Vacivum", vacío, el tercer día ingresaría la Celebrante correspondiente a Obscuritatem, el cuarto Tristis, el quinto día entra Desperatio y el sexto día, la ganadora del reto de la Torre del Hambre y por último la más propicia a ganar el reto infernal, la representante Tentationem.
Resalto que las Celebrantes no debían despojarse de su máscara en el Patio Común. Si las seis Celebrantes llegasen a coincidir han de saber que pueden tener tratos entre sí, pero jamás debían tener tratos (salvo carnales en caso de solicitarlos a la respectiva ama) con las Doncellas ajenas, pues eran sordas y mudas para todas excepto a la voz, órdenes y deseos de sus amas siendo éstas aliento y vida.
La eliminación ocurría cuando las siete Magnas Mátrici votaban contra la Celebrante más débil y vulnerable - susceptible, colérica, emotiva, infantil, ignorante, impropia, insolente, irreverente, antiestética, etcétera... - Y el dictamen era inapelable, aquellas que eran eliminadas no podían volver a participar en éste sádico ritual de preparación, y todas tenían prohibido revelar cualquier asunto a oídos profanos pagando la osadía con unas Vacaciones Invernales junto a la magna señora, la santa demente que edificaría aquél burdel sacralizado.
Cáos y Vacivum enloquecían encerradas mientras un negro carruaje con los blasones de Cultellus en oro sobre ébano. Crucifixia había ido al Santa Telma a estudiar las Singularidades Geométricas que le mostrarían la entrada a las regiones más tétricas de los espacios desconocidos.
Y qué mejor que aquel lupanar delicioso para comenzar a estudiar aquello, Crucifixia quería comprobar aquellos rituales, ángulos, símbolos, alfabetos y palabras, la llave a la Bilocación, si la demente Baronesa lograba dominar aquello, el Patri no tendría argumentos para no beatificarla.
Y es que había descubierto la fórmula mágica que transformaba a una enloquecida bestia, lujuriosa, antropófaga y sádica en una Santa inmaculada, una fórmula simple, pero efectiva.
Ignorancia mezclada con fanatismo y credulidad paría falsos profetas a diario, eso lo sabía de cajón, muchos abads, clérigos y fratellums lo sabían. Lo que muchos, casi todos ignoraban era que un falso profeta sumado a la histeria colectiva daba a su vez Milagros.
Y eso era lo que Crucifixia necesitaba en esos instantes, histéria colectiva.
~ Omnia in duos; duo in unum; unus in nihil haec nec quator nec omnia necduc nec unus. - saludó Crucifixia a la Mátrici Priora, Minerva D'Gerault.
~ Benedicitte, Soror. - respondió la superiora luciendo unos hábitos negros y largos que ocultaban su cuerpo dejando a la vista sólo el rostro, albo y virginal.

~ III ~

La tirana de Cuatro Cruces trazaba su viaje ominoso hacia Hyerosolimá, había fletado dos barcos de carga armados con tres baterías de potentes cañones pagadas por la misma Baronesa y la tripulación eran en au mayoría fieles devotos de Crucifixia, los marineros que no eran devotos ni Zekkes de la Cultellus eran bien pagados por sus servicios, además de eso, las tripulaciones constaban de un par de decenas de marineros y artilleros; los dos barcos, la Hydra y la Gorgona serían liderados por una goleta de mayor envergadura que éstas dos y era en la que Crucifixia viajaría hacia las agrestes tierras paganas e infieles en un peregrinaje sombrío y sangriento, qué mejor navío que la Lamia para llevarla a las oscuras regiones bárbaras del sur.
Sus cálculos guiaban su senda; del Porto di Neronis hacia el lejano cabo de Hurdenia, una colonia portuaria en aquellas tierras selváticas, de ahí, Crucifixia seguiría las caravanas de peregrinos y mercaderes por las colonias del Hellgabalium, de Tiberania y Kalilania.
Era algo así como un par de meses de viaje hasta ése punto, de ahí, un derrotero entre varios monasterios y ermitas ubicadas en las cordilleras elevadas de las heladas sendas que la llevarían hasta la alta y amurallada ciudad sagrada de Hyerosolimá. A su regreso, Crucifixia esperaba poder dedicar un par de meses a cazar a ésos paganos bárbaros de piel ébano y costumbres incomprensibles, tan cercanos a las bestias y llevarlos al feudo para que su gente tuviera carne para la escases venidera.
Si Nodens lo permitía, Crucifixia ya sería santa cuando dirigiese aquellas expediciones de caza humana.
Si, después de todo, aquellos paganos de piel ébano, así como los morenos tenderos del desierto estaban cerca del mundo animal más que del humano, además, si la carne no alcanzaba, siempre podía echar mano de locos, reos y vagabundos. Sí, Crucifixia sabía que en aquellos días obscuros había que echar mano de lo que hubiera, y lo que más abundaba en tiempos de escases eran pordioseros, sobre todo si sabían que, en éste caso, el feudo de Cuatro Cruces había comida abundante, esto atraería gente desesperada, ladrones, prostitutas, pordioseros, desempleados y sin hogar, aquello era mejor aún, Crucifixia sólo podía pensar en una cosa al ver aquella oleada humana; Carne.
Por su parte, había preparado toda una corte de Zekkes y Bokkores para que la resguardasen en su peregrinación a la Santa Sede, Crucifixia sabía que el viaje no estaría exento de dificultades y peligros.
Por ejemplo, cabía la posibilidad de que los marineros decidiesen amotinarse como bien sabía que solía ocurrir en las travesías lúgubres a través del Mare Interiorum.
Además, Crucifixia había decidido ya, ninguno de los  vulgares marineros y galeotes sobreviviría a aquella Procession.
Después de todo, como toda travesía hacia la Sacra et Sancta Terra era muy difícil. Otro obstáculo serían las villas resguardadas por Marcas Inquirientes Ordo Cruce ad Templis, Monjes Militares que cabalgaban vigilantes las sendas oscuras y paganas de peregrinaje siempre atentos a ladrones, asesinos y enemigos de la fe milenarista y probables demonios humanos tras la cabeza del Princeps Patri, éstos además eran la fuerza superior en materia de exorcistas, Crucifixia sabía que debía ser muy cuidadosa, éstos sujetos al parecer sabían algo de la secta Isdélica (si es que no eran una ramificación infiltrada de ésta en el seno de los Dolia), y no respondían ante nadie salvo su santidad directamente, si ésos perros olían la sangre en sus manos la cosa podría terminar mal, pero Crucifixia también sabía que era la elegida para instaurar un nuevo orden obscuro para un mundo de tinieblas, sabía que nadie la podía detener, además, si los Inquirientes de la Cruz eran de la orden isdélica mejor aún, podría obtener algún esbozo de conocimiento útil contra sus acechadores.
Y claramente sembraría aquellos prados, valles y territorios con muerte, sangre, cadáveres, peste y tinieblas.
~ El mundo es ahora una horca y el abismo está enteramente abierto a nuestros pies... - pensó la Baronesa despachando algunas misivas con su sello a algunos nobles y otras sin sellar para los encargados de los preparativos de los viajes que sus Zekkes despacharían, Crucifixia casi nunca dejaba a sus siervos revividos encargarse, no por ineptitud o algo semejante, sino por el aura terrorífica que emanaban, sobre todo los ojos, si los ojos eran las ventanas al alma, aquellos tétricos y negros cuencos revelaban su terrible estado.
La mirada de éstos bastaba para ponerle el cabello de punta a cualquiera, pero no tenía opción, no aún. 


~ IV ~

La luna roja del cazador iluminaba salvajemente la noche selvática, a lo lejos, el débil resplandor del fuego de las teas de los cazadores ilumina los rastros desesperados de la presa.

Cientos habían desaparecido de las villas más aisladas de Hurdenia en un lapso de semana y media, e incluso alguna que otra aldea había ardido hasta las cenizas en alguna de aquellas noches de locura.
Nadie podía decir qué o quién era el responsable, nadie podía resguardarse, nadie podía vivir para contarlo.
Maluna Naransé, cazadora Hurdeniana de 25 veranos camina hacia la aldea de Fikeri, una conocida suya que solía comprarle las pieles de su caza diaria a buen precio, lleva en su hombro un carcaj ya mermado por el arduo esfuerzo, algun jabalí especialmente duro y algunos alces muy huidizos la habían hecho conformarse con una venada, siete conejos (éstos producto de las trampas que la morena hurdeniana había aprendido a colocar desde su tierna infancia) y nada más, la chica sabía que la piel de la venada podía remunerarle algunos escudos dobles de la colonia, en el puerto podría comprar con aquel oro acuñado burdamente aditamentos que no podía obtener por sus propios medios sin incurrir al robo.
A Maluna siempre le había parecido algo bastante desconcertante que los blancos viajeros del norte llegaran a sus tierras a imponer sus leyes con plena libertad de acción y que ahora se vieran sometidos a un sistema mercantil donde aquellos pedacitos metálicos de bisuteria valían comida, hogar, reposo.
Pero así era, aquello no era reciente, de hecho, Maluna sabía que sus ancestros habíanse esparcido libre y armoniosamente antaño por leyendas que sus padres les refirieran de recuerdos de los abuelos. Antes de que el último de sus chamanes fuera ahorcado en el atrio de la Ecclesia della Colonia Hurdeniana, varios años atrás. Ahora la situación era muy diferente.
La noche era cálida y en exceso húmeda, pero cuando la morena cazadora enfiló la senda que la llevaría entre algunas enramadas y marismas hasta la aldea.
Una aldea semi-nómada de mercantes y cazadores que iban de aquí allá entre la colonia de Hurdenia y Hellgabalium. El silencio recibió a la cazadora, las casas estaban solas y el viento aullaba sepulcralmente entre las ventanas de aquellas chozas aún tenuemente iluminadas. Una bruma verdosa fluctuaba bajo la rojiza luz de la luna, o éso creyó ver la chica con sus penetrantes ojos color hierba. Maluna se tensó, sentía el aire electrizado, como cuando algo está por desatarse, una tormenta, o una matanza.
- Una tormenta de sangre. - Pensó acomodandose las pieles en segundo término y sacando de entre éstas su arco y alistando el carcaj.
Una brisa caliente pasó silvando y barriendo el polvo de la callejuela de aquella aldea donde no se oía el menor sonido de vida humana a excepción de la morena hurdeniana.
Maluna, con cuidado, asomó la vista en varias casuchas y en el único local donde se vendían licores espumosos y bebidas espirituosas no había nadie, aunque una de ésas bebidas de Hellgabalium fermentada de cebada estaba aún servida y algunos vasos aun estaban a medio beber, como en espera de aquellos que lo dejaron, incluso en el fuego de aquella proto-hosteria se cocinaba un estofado de cordero ya muy consumido.
Supo ahí que algo no iba nada bien. Las armas de los cazadores estaban en su sitio, y no parecía haber mayor desorden que el de una salida un poco precipitada.
Aún así, Maluna estaba más nerviosa que un gato sobre un puente endeble en aquél pueblucho abandonado.
La morena caminó a mitad de la pequeña calle que ahora, en aquella desolación se le antojaba demasiado grande tratando de volver sobre sus pasos, volvería a Hurdenia y notificaría a la Gendarmerie Colonial de aquella sigular situación y de paso trataría de vender la cosecha del día.
Fikeri, la traficante de pieles y todos los mercaderes de Hellgabalium que habitaban séis meses aquella villa habían desaparecido por entero.

La joven maldijo su destino, esperaba poder vender aquella carga y quizá comer un poco de aquél guisado de cordero con especias del desierto que solían vender por cinco sables de cobre en aquella villa, descansar, beber un trago o dos y volver a su chakra. A Maluna, el solo imaginarse tendida en la hamaca que solía tender en dos cocoteros en el exterior de su choza fumandose un cigarro de ésa hierba que los norteños solían vender por cajitas le pareció demasiado irresistible. Después de todo, aquellos peregrinos simplemente podían haber tomado bartulos y partido hacia puertos mejores, aunque aquello sonaba más a excusa para abandonar. La chica era muchas cosas y si bien era cierto que Fikeri solía estafarle siempre el coste final de la caza , también era cierto que Maluna no le deseaba mal alguno a su gente o a ella, además, debido a su constante contacto con la traficante, Maluna había logrado granjearse algunas amistades entre aquellos mercaderes e incluso conocía a casi todos los habitantes, no era tampoco que fuesen muy numerosos.


~ V ~


Un abismo de tinieblas, eso era el feudo de Cuatro Cruces, los bosques circundantes, hervidero ya de por si de supersticiones y terrores nocturnos cobró por aquellos días una fama verdaderamente ominosa.
Muchos viajeros que se internaban en aquella espesa y neblinosa senda no eran vueltos a ver, si bien, la abjuración que la baronesa Crucifixia Cultellus había realizado antes de partir a Hyerosolimá había dado resultado y los seres hórridos que aparecían ocasionalmente en las aldeas circundantes habían cesado por completo, visto estaba que pocos fuereños estaban dispuestos a pasar la noche en Cuatro Cruces.
Domina Cultellus. Un nombre oscuro cuyo Halo siniestro aún embrujaba aquella desdichada Villa.
Soror Furcacia Honoré había arrastrado sus pasos hasta aquella maldita Villa siguiendo un rastro maldito de cadáveres poseídos, demonios necróticos balbuceantes que despotricaban blasfemias horripilantes. La Hermana Isdélica se preguntaba por la sanidad mental de los desdichados aldeanos Atados a aquella terrible tierra maldita y Hechizada.
Cuando la hermana Miró hacia la senda empedrada que llevaba a la entrada de Cuatro Cruces lo primero que notó fue el total silencio, ni aves ni bestias hacían el menor sonido, la naturaleza entera estaba muerta de miedo hasta de respirar siquiera.
La senda negra y envuelta en una densa bruma fría y pegajosa se le pegó a la parka, el ambiente viciado, como el de una tumba recién abierta era opresivo.
Furcacia aguzó el oído tratando de discernir algún ruido interrumpiendo aquel silencio claustrofóbico. Nada.
Pero sus fosas nasales si captaron un hedor fluctuante, apenas perceptible en aquella lobreguez.
Soror Furcacia Honoré conocía ese hedor bien, lo conocía de su infancia en los conventos hospitales de la orden Isdélica, cuando la terrible plaga se cebó en las villas del Sur. Era el hedor dulzón y repugnante de un cadáver pudriéndose en un pantano.
Y entonces el silencio se rompió, la noche se llenó de gritos y de voces. La monja guerrera echó a correr al sitio donde había escuchado aquella barahúnda infernal en aquellas horas tenebrosas.
A la Vera de la senda, a la luz enferma y pálida de una Luna nebulosa, Soror Furcacia Honoré contempló las siluetas alucinantes de varios hombres, o al menos esa primera impresión tuvo.
Un escalofrío recorrió viperinamente por la espalda de la monja al ver los detalles de aquellos sujetos de pesadilla. A la luz de la Luna, Furcacia distinguió las libreas con el estandarte de la casta Cultellus, negros trajes con libreas bordadas de hilo dorado clamaban a quien osase mirar, que eran representantes de la Baronesa. Soror Furcacia había sido advertida de que no hiciese ningún movimiento abiertamente hostil contra la Baronesa Cultellus bajo ninguna circunstancia, aquello, pese a no agradarle, era la orden de la Priora y por ende, ley forzada.
La joven monja ya sospechaba que la ilustre heredera de Cultellus tendría algo que ver con el enviado del siniestro, eso, sino era que la misma Crucifixia acaso era la conjuradora de horrores.
Y el espectáculo que presencio terminó con cualquier probable duda que le quedase.
Y era que aquellos monigotes estaban encostalando el cadáver de un chico de unos doce abriles, el chico aún conservaba la frescura y lozanía de la vida, sus mejillas aún mostraban el rubor rollizo de la niñez y sus ojos verdes aún no terminaban de apagarse del todo. La monja guerrera cruzó miradas con el niño muerto. Aquello no impresionó a la monja tanto como las maneras tan indignas de manejar el cuerpo de los ganapanes aquellos que metieron  el cadáver en un costal para lanzarlo después, cuál fardo de harapos a la carreta de cadáveres que acompañaba a la lúgubre comitiva.
Entonces fue cuando Soror Furcacia vio el otro cuerpo en el suelo. Otro chico, quizá de la misma edad que el muerto, manoteaba débilmente tratando de estirar las manos hacia ella, el chico estaba enteramente magullado. El muerto sólo mostraba una herida en la parte trasera del cráneo, suficiente para matarlo.
~ En nombre de Ísdelis, señor de lo profundo exijo saber qué ocurre aquí. - intervino la monja sin soportar más aquello.
Los criados se giraron hacia ella y Soror Furcacia sintió cómo unos descarnados y laxos dedos gélidos de cadáver le acariciaban el cerebro a través de la nuca al mirar los ojos de los criados de Crucifixia Cultellus. Blanco impuro y una mancha negra estrábica se fijaron con ella por centro.
~ No tiene nada de qué mortificarse, Soror, - dijo uno de aquellos espectrales seres. - estamos recorriendo el bosque en busca de los desdichados qué se internan en el para darse muerte, por algún motivo los suicidas aumentan por estas fechas en los bosques de Cuatro Cruces.
Soror Furcacia se recompuso haciendo acopio de toda su sangre fría para dirigirse de nuevo a aquel ser. A la luz de la Luna, la monja había descubierto los rasgos de aquellos sirvientes, piel apergaminada y cuarteada, cómo cuero viejo sin curtir, ojos muertos, figura cadavérica... Y la voz, una tétrica salmodia donde, en medio de disonantes graves átonos, se notaba un dejo burlón inequívoco.
~ Ése hombre sigue vivo. - dijo con severidad la monja.
El infeliz sujeto abrió la boca dejando escapar un jadeo entrecortado.
~ Son sólo reflejos post mortem. - dijo el criado con calma escalofriante Mientras extendía otro costal para meter el cuerpo restante. - a veces los muertos suelen moverse, no es qué estén vivos, sólo son espasmos musculares que sacuden el cuerpo. Nada más.
~ He visto cadáveres y no me es ajeno lo que dice, pero es obvio que ése pobre muchacho sigue vivo... - objetó Soror Furcacia.
~ Se equivoca usted, además... - repuso el criado. - los Isdélicos no tienen autoridad aquí. Le recomiendo, Soror, que vuelva a su ermita si no desea que la Ecclesia Dolia interceda ante sus superiores. - ahora la monja estaba segura, aquel individuo que le hablaba era un muerto poseído, lo sabía por el tono muerto, la piel, los ojos  esa presencia maldita que siempre acompaña a esos seres irreales y oscuros que ella ya conocía bien. O que al menos creía conocer, jamás había visto uno que se desenvolviese no que hablase cómo el que tenía enfrente. La monja tembló en su interior, el poder del conjurador era muy grande si aquello era obra suya.
Soror Furcacia dirigió la vista hacia el lacerado chico a los pues del criado muerto, ya no se movía y los ojos de éste se habían quedado fríos y estáticos, fijos en ella. El cadáver poseído le sonrió, una sonrisa vudú espeluznante.
~ ¿Ve, Soror? Está muerto. - y diciendo esto, la comitiva procedió a encostalar al muchacho ante la vista impotente de la monja.
~ Ya veo... - murmuró Furcacia. - entonces no me equivoqué. El conjurador está relacionado con éste feudo y con la baronesa.
Soror Furcacia quedó pensativa mirando aquella comitiva de seis muertos reanimados llevándose los cadáveres frescos de aquellos chicos a Cuatro Cruces en silencio, la monja juró mentalmente a los muchachos que aquello sería expuesto. No conocía a Crucifixia Cultellus, pero por los Dioses, Soror Furcacia ya ansiaba verla en la horca.

~ Crucifixia Cultellus. Sé que tú eres la hija pérdida del siniestro. Tú identidad será revelada a todos.


~ VI ~


En el puerto de Hurdenia aún sé hablaba de la llegada de los tres navíos de la Baronesa de Cuatro Cruces cuando el horror comenzó a pasearse por las calles de la Villa portuaria.
Los abads fratellums de la Eclessia Dolia clamaban que los demonios estaban inquietos por la presencia de la futura Santa. La fama de la Baronesa de Cuatro Cruces había trascendido el Mare Interiorum hasta aquel puerto de enlace entre las tierras bárbaras y Sacraterra, donde la áurea Hyerosolimá era la fortaleza que guardaba los secretos de la fe Milenaria y residencia del sino representante de dicho credo. El Prínceps Patri.
Todos en Hurdenia sabían que el objetivo de aquella Procession era ver al Patri y que éste, tras considerar las obras de la joven baronesa tanto humanitarias, de fe, de diezmo y de Milagros, considerase canonizarla y ascenderla al pedestal de Santa. Las murmuraciones indicaban que aquello no podía menos que ocurrir, ya la Summa Arquetheusis de Cuatro Cruces le habían cedido la embestidura de Primma Condenatrix ed Inquiriente y con el título, la reliquia Santa conocida como la Cruz de los Corazones Puros.
Una joya de oro con incrustaciones en forma de Cruz, nadie en Hurdenia había visto aquella reliquia, ya que hasta Crucifixia no había nadie en el historial inmediato de Santos o beatos de las tierras de occidente. No sabían sí el crucifijo era un dije o algo más grande.
Pero lo que los ladrones hurdenios sí sabían, era que el chisme aquel era de puro oro con joyas ricas del oscuro oriente, exóticas y delicadas. Un bocado irresistible para unos vividores habilidosos como los costeños ladrones hurdenios, lo bastante herejes y temerarios como para ignorar el título de la noble y despojarla hasta del honor sí se daba la oportunidad. Después de todo, si aquella noblecita iba  ser Santa, ciertamente tendría que ser una remilgada beata a la que valdría la pena someter a unos intensos días de perversión y por la cuál exigir algún que otro barril rebosante de oro.
Al menos eso pensaban.
El horror comenzó a la tercera noche tras el arribo de la Hydra, la Gorgona y la Lamia a Hurdenia. Unos gritos Desgarrón el silencio de los arrabales del este de la Villa. A diferencia del bullicioso centro o del puerto siempre frecuentado, los arrabales este eran unas callejuelas de fumaderos, cantinas marineras sórdidas y Hediondas y guaridas de hermandades asesinas y cofradías de ladrones. Dos prostitutas habían sido halladas en una esquina, bajo una farola chisporroteante de aceite, estaban dos mujeres, una de ellas asesinada de un modo particularmente curioso. Aquella meretriz finada había sido ejecutada por unas manos poderosas, brutales...
El cuello de aquélla mujer estaba cruelmente castigado, quebrado con brutalidad y laxo como el sexo de un impotente mostraba además otras heridas, denostadoras de una presencia animalesca e infernal.
Además de romperle el cuello como a un pollo le habían arrancado un buen trozo de carne de la parte donde la yugular surcaba aquélla zona y chupado y roído con avidez escalofriante debido a las señas y escasas manchas de sangre.
La otra mujer estaba en un shock intenso y desvariaba presa de una intensa crisis religiosa dando gritos desgarradores donde las Furias infernales y Ángeles custodios se sucedían con demencia. No se recuperaría de aquélla espantosa postración y perecería loca un par de semanas después balbuceando acerca de ojos rojos en la oscuridad.
Otras tantas infortunadas aparecieron en los días subsiguientes en callejones cercanos a la primera escena. De todas las mujeres de la noche atacadas sólo una pudo hablar acerca de un espanto de cabellos hirsutos, largos y rojizos como húmedos en sangre, de esquelética figura de miembros largos y arácnidos; enloquecida expresión de voracidad animal y crueldad diabólica en la faz inhumana. Habló de la forma en que asesinó a su compañera de esquina con la facilidad con la que se mata un conejo silvestre y del modo en que la chupó hasta dejarla seca. Y también contó de una resplandeciente joya que la demencial abominación  cargaba brillando ominosa sobre el pecho. Era una Cruz gruesa, pesada, grande de oro puro y brillantes piedras hermoseandola.


***


Tamir Musshá cavilaba entre los humos de su pipa de hachís kalilandú en la sordidez de un fumadero hurdenio en su próximo golpe.
Había seguido con cuidado y sigilo los movimientos de la Baronesa Cultellus desde las sombras, Musshá era un Moreno cazador de fortunas, estafador, ladrón y proxeneta nacido en las tierras orientales de Cleffistán, más allá del muro Milenario que separaba el mundo civilizado de las tierras paganas del este acostumbrado a salirse con la suya en cada golpe, o de menos, quedar elegantemente en pie en sus escasos lances fallidos. De faz sardónica y canalla; cuerpo fuerte así como llenó de agilidad y elegancia así como de una rapidez y claridad de pensamiento había hecho una pequeña fortuna que desperdigada con generosidad.
Desde pequeño se había acostumbrado a vivir con lujos y a nunca trabajar por ellos salvo a su modo, con astucia.
Aborreciendo la austeridad y sin practicar jamás la frugalidad, el cleffistaní hablase vuelto un hombre habilidoso en el robo,a estafa y el engaño.
Jamás había dudado de sus aptitudes para el antiquísimo negocio del latrocinio, no hasta entonces.
Xhirine, la hechicera, había sido hallada destripada en una callejuela que bordeaba los canales del desagüe. Era una reputada ladrona con la que Tamir había compartido alguna aventura en el pasado. Kalein, el de pies ligeros había aparecido colgado cabeza abajo en la aguja del chapitel de la plaza principal sin piel, Omagua, el grande, un brujo cambiaformas de piel de ébano, famoso por haber entrado y asaltado varias arcas del imperio, fue encontrado sacrificado de un modo tan atroz e indescriptible que alertó a todos los maldicientes de Hurdenia que algo no estaba yendo bien.
Tamir intuía lo que era, pero la verdad aún era esquiva. Sólo sabía una cosa, los tres ladrones competían por el mismo trofeo. La Cruz de los Corazones Puros, propiedad de la hasta entonces no vista, baronesa Cultellus.
El cleffistaní dio una potente fumada al narguile humeante. Sus ojos enrojecidos miraban sin mirar un punto en la mugrosa pared del fumadero. No sabía como proceder, hasta ése punto de su vida ninguna hechicería o maldición lo había disuadido de alguna expedición cazatesoros como solía llamar sus robos.
Pero para aquello había algo que lo frenaba. Una indecisión oscura e irracional, ¿Miedo?
El ladrón sacudió la cabeza en una negativa lenta, no era miedo. Por lo menos no sólo miedo.
El horror vampírico que asolaba a Hurdenia, hambriento y rabioso estaba conectado con la fuereña baronesa. Él y todos los bandidos del puerto lo sabían o sospechaban, pero no dirían nada. ¿Qué dirían después de todo a la guardia?
«Disculpen, tratábamos de entrar a la estancia de la Baronesa de Cuatro Cruces cuando vimos a esta bailando con los demonios bajo la Luna».
Aquélla farsa en vez de animarlo le pareció oscura y de mal gusto, hasta para él. Sabía qué sí iba a la guardia portuaria lo colgaría antes de escucharlo. Así pues, Tamir había tomado una decisión, entrar en el Palais donde los Dolia Hurdenios daban asilo a Crucifixia y hurtar lo qué pudiese, así como buscar cualquier cosa que probara que la Baronesa Cultellus estaba conectada con el horror caníbal hurdenio.
El Moreno cleffistaní no lo sabía, pero el, con todos sus vicios y canalladas habíase sumado a la cruzada Isdélica contra la oscura devota de Nodens.


***


El Arcipreste Angello Azkkara no sólo era el sumo representante de la Ecclesia Milenaria Dolia, era además el gobernador de la Villa Colonial Portuaria de Hurdenia. El poder secular y político reposaban en los hombros esqueléticos del sacerdote aunque las leyes y aspectos de orden social eran tomados por un comité ciudadano seleccionado según sus virtudes e ideas dejándole así al anciano, la única obligación de ser el representante del estado clerical y sus deberes con todo el tiempo restante para dedicarse a su afición máxima, el épico ejercicio del levantamiento de tarro.
Caminaba despreocupado a la luz del medio día por el patio de su Palais hacia su carruaje, la agenda del día dictaba que debía entrevistarse con la Baronesa Crucifixia Cultellus en el Palais que le habían dado como residencia temporal.
El Arcipreste recordaba una carta firmada por la Baronesa donde le contaba de su intención de visitar Sacraterra y hablar con Su Santidad, el Prínceps Patri.
Angello no conocía aún a la Baronesa y tampoco le interesaba el trato de una noble con ínfulas de Santa, estaba abrumado por la reciente muerte de la hija de su hermana, una ninfeta de diez veranos que había perecido dos días atrás víctima de una repentina y fulminante enfermedad.
Sonrió sardónicamente, sí en verdad era Santa, que reviviera a sus sobrina, que le dejará volver a ver aquellos ojos verdes chispear de nuevo.
Con esos pensamientos, el arcipreste llegó al Palais de Crucifixia. Cuando el anciano gobernador entró en el patio de aquel recinto, un escalofrío le recorrió la espalda con un doloroso espasmo reumático. El atrio estaba frío y oscuro, le parecía que los árboles de aquel patio oscurecían demasiado aquel palacete.
Las torretas y torreones coronados con chapiteles rematados en agujas mostraban ventanales cerrados y cubiertos con gruesos y pesados cortinajes purpúreos. El arcipreste Azkkara recordó que la Baronesa le había hablado en su misiva acerca de un voto de tinieblas desde su partida del puerto Di Neronis hasta Hyerosolimá. Un voto peculiar aunque no completamente ajeno a las mandas peregrinas que los viajeros solían hacer camino a Sacraterra. Había voto de tinieblas, de silencio, de ayuno y de penitencia.
El arcipreste fue recibido por una silenciosa doncella pálida enfundada en un largo uniforme negro y acompañado a una sala oscura iluminada sólo con la suave luz de unas veladoras. Incensarios humeantes con el olor de aceites de oriente impregnaban la chambre dando un ambiente místico al lugar, en la semipenumbra fluctuante, Angello Azkkara vislumbró, o creyó vislumbrar una serie de formas negras moviéndose, aunque después estaría convencido que había sido el efecto del humo del incienso a la luz dulce e hipnótica de las veladoras, fuera cuál fuese el caso, ante la vista del anciano apareció la silueta alucinante de Crucifixia Cultellus.
~ Benedicitte, Fratellum. - le saludó Crucifixia al gobernador con un susurro Tétrico.
El anciano se le quedó mirando un tanto cohibido. Pese a su resaca, la oscuridad y la amargura, Angello pudo notar el brillo extraño en los ojos de la Baronesa.
Según sabía, la noble de Cuatro Cruces
poseía una mirada profunda capaz de ver en el corazón de la gente, al arcipreste aquello le pareció una verdad aplastante en aquélla tiniebla.
~ S-salutaciones, sorella. - respondió tratando de recobrar el aire de gobernador. - recibí sus misivas acerca de su excursión hacia Sacraterra, sépase que por parte de las autoridades de Hurdenia y de la colonia Milenaria no tendrá el menor atropello, antes bien, debido a sus excelentes credenciales, recibirá de parte de los fratellums y sorors de la rama Dolia todo el apoyo y facilidades que llegue a necesitar.
Crucifixia Cultellus emitió entonces una risita bastante escalofriante que a oídos del anciano sonó como un gruñido bajo y amenazador. Los ojos enrojecidos del arcipreste se fijaron entonces en los albos y largos dientes finos que asomaban entre los carnosos y rojos labios de la Baronesa.
~ Ha de saber que me agrada ser generosa con aquellos que se ganan mi gratitud así como con los buenos fratellums que tan honestamente dirigen la Ecclesia de nuestro noble señor... - Crucifixia rió nuevamente con aquel gruñido semi Animal.
Angello captó cada detalle de la cosa que tenía ante él, a simple vista, aquel ser parecía una chica de veintitantos años, algo pálida por la reclusión reciente por el Mar y algo delgada, las ojeras de sí ilustre rostro mostraban que solía dormir muy poco. Por lo demás, Crucifixia era una mujer atractiva y bien dotada, la causa de que una noble como aquélla permaneciese virgen era quizá a sí entera devoción a Dios, una hermosa virgen vestal de rojos cabellos y ojos Esmeralda.
¿Entonces por qué sentía tanto recelo y repulsión hacia aquel ente? Había algo indiscernible en la Baronesa que la volvía un ser aberrante.
Algo antinatural en la mirada, en los miembros lánguidos y pálidos, alguna secreta degeneración que no podía notar pero que algo primitivo dentro del anciano sí notaba alzando todas las alarmas dentro de él.
~ Quiero saber de los conventos que he de encontrarme en él camino hacia Sacraterra así como los nombres de los Priores de dichos puntos. Así como un permiso especial para poder obtener toda la mano de obra que me sea posible en dicho viaje. Con esto no habló de otra cosa que del noble ejercicio de caza de aborígenes. - habló Crucifixia.
Él arcipreste la miró estudiando las reacciones de aquélla criatura.
~ Me tomará un tiempo reunir todo eso  Baronesa Cultellus.
Crucifixia lo miró cruzando la pierna.
~ Necesito que todo esté listo a la brevedad ya que mi viaje no puede demorarse. - aclaró. - sabe que he de ver al Patri a la brevedad. - dijo Crucifixia bajando la voz antes de concentrar sí mirada en él anciano. - pero no me crea a mi, vaya usted a su cripta familiar... - dijo mirándolo con fijeza. - alguien ahí atestiguará de mi santidad ya que usted carece de fe.
Él arcipreste guardo silencio pálido, ¿Sería posible que Crucifixia hubiese...?
En ése momento apareció un agitado esclavo del arcipreste anunciando lo imposible.
~ ¡Es un milagro, mi señor! ¡Sí sobrina... Ha... Despertado...! - balbuceó jadeante.

Él arcipreste fijó sí mirada en la Baronesa pasmado ante aquélla noticia. La risita burlona tan semejante a un gruñido feroz de la Baronesa Cultellus se dejó oír nuevamente en aquélla tiniebla.

~ VII ~

La gente de Hurdenia regó la noticia del milagro obrado por Crucifixia con la sobrina del arcipreste Azkkara con la facilidad que el fuego devora un Zarzal seco.
Una especie de fervor religioso comenzó a invadir hasta a los más profanos de los habitantes de aquélla región. Muchos grandes señores de la caza le rindieron pleitesía a la Baronesa de Cuatro Cruces enviándole pieles delicadas y regias de hermosos animales exóticos y salvajes, así cómo docenas de esclavos naturales para que la buena dama los emplease para las duras jornadas de su travesía. Un carnaval rayano en lo estrafalario aún en aquellos años y latitudes inició tras una solemne Messe Vesperia oficiada por el mismo arcipreste Azkkara, el Beodo gobernador ensalzó las virtudes de Crucifixia colocándola codo con codo con los mismos profetas asegurando la entrada al Paraíso directa y sin pasar por el Purgatorio de aquélla bruja caníbal, habló de la resurrección prometida y de las mil y un gracias santificantes. El anciano delirante por el fanatismo y vino de los toneles de Cultellus despotricaba acerca de los Milagros que, según su ebria y loca cabeza, anunciaban la venida de aquélla que ya llamaba Santa Crucifixia Cultellus.
Y en aquel delirante y fervoroso estado de sacros libertinajes transcurrió la estancia de Crucifixia en el puerto de Hurdenia.
Al menos hasta la noche previa a su partida hacia las tierras del este, hacia la colonia de Hellgabalium, la ciudad de ladrillos amatistas.
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Tamir Musshá había pasado los días planeando su golpe hacia la Baronesa Cultellus, maldecía su suerte al notar cómo su presa se alejaba de él cada día que transcurría. Para colmo de males el maldito carnaval había dado al trasto con sus ideas de actuar con tiempo y poner tierra de por medio en caso de verse sorprendido en pleno lance. Pero las caravanas y tiendas establecidas en las cercanías al palazzo dificultaban la maldita tarea.
Sí pudiese haber convencido a alguno de aquellos tenderos, comerciantes y advenedizos de aliarse con él la tarea hubiese sido un éxito. Pero los Milagros, estigmas, comunión divina, don de lenguas y curaciones misteriosas habían volcado a casi toda la localidad en un fanatismo violento y devoto de la eremita Santa,Y que la mojigata aquélla no se mostrase nunca a la luz del día tampoco mejoraba nada las posibilidades de Musshá.
El mundo estaba enloqueciendo. Ya nadie prestaba atención a las misteriosas muertes ya que muchos infortunados muertos comenzaban a mostrarse a los vivos, tanto en cuerpo cómo en espíritu. Las calles de Hurdenia le parecían más tétricas al ladrón, ni las hierbas de oriente solían aligerarle el pecho al salir a la calle. La paranoia fanática amenazaba invadir su alma, pero Musshá era más fuerte que aquello, siempre había sido un proscrito así cómo un pagano que había nacido bajo una religión del todo opuesta a los ritos de Dolia e incluso de Nodens. El era un seguidor de Baelzeor, el señor del desierto con cabeza de sabio y cuerpo de dragón y como todo seguidor de aquélla deidad había jurado odio eterno a Hyerosolimá y sus infieles.perversiones religiosas e idólatras, pero, obviamente aquello era su secreto. Tampoco era que el bandido fuese un ortodoxo Baelí, pero ya que podía asestarle un doble golpe a la Cruz, estaba feliz de cumplir su parte ante su Dios.
Y al parecer éste le había sonreído aquélla noche de Luna gibosa.
Las apariciones milagrosas y demás circo secular había ido decreciendo a medida que muchos de los fieles y videntes más carismáticos y cuyo integrismo amenazaba incluso a la misma Crucifixia en sus supuestas visiones místicas fueron desaparecieron.
Musshá sabía que aquellos videntes supuestos eran simples chinches que buscaban chupar todo lo que pudiesen sacar de aquellas situaciones milagreras.
Varios charlatanes carismáticos estaban por la labor de apoyar a la Baronesa en su obra milagrera adjudicándose por virtud de sus imaginaciones títulos de Patris, Sorors, fratellums y demás títulos seculares arguyendo experiencias religiosas que, según ellos y sus ciegos seguidores, probaban a las claras la igualdad de santidad de estos con la fuereña Baronesa.
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Sí aquélla situación no lo afectará tanto, Musshá hasta habría disfrutado del espectáculo de ver aquellos perros infieles matándose por aquellos motivos supersticiosos. Bandas de feligreses se reunían alrededor de carismáticos videntes oportunistas que recurrían a todo tipo de fenomenología milagrera para atribuirse dones Santos. E incluso no faltaba aquel delirante megalómano que argüía ser el mismo Prínceps Patri y que desde su choza sacralizada excomulgaba a diestra y siniestra a quien le venía en gana vituperando incluso a la misma Santa Crucifixia.
Aquello no acabó bien para el pobre diablo, el infeliz murió en la calle cosido a puñaladas por un fiel de Crucifixia Cultellus que no paraba de llamarlo blasfemo y apostata.
Hubo varios más de aquellos personajes, y los que no fueron asesinados por ciegos fanáticos suicidas fueron encerrados y ajusticiados por la orden de Inquirientes seculares por orden expresa del arcipreste Azkkara que no estaba dispuesto a soportar las idioteces de una sarta de oportunistas.
Pero la situación fue desgastándose más y más, un sacerdote ex comulgado de la orden Dolia había reunido un núcleo de seguidores fuertes y clamaba a todas voces que la santidad de Crucifixia era pura superchería. En un airado discurso, aquél hombre que respondía al nombre de Clemente Savola habría, sin quererlo, tocado la fibra de la Baronesa. El megalómano habría dejado esbozar entre líneas que Crucifixia era un negro agente del oscuro Nodens.
Las arengas públicas y desmanes provocados por los seguidores de aquel advenedizo hacían de su secta integrista la más peligrosa en el círculo inmediato de la futura Santa. Musshá asistió a la proclamación de la bula antisavoniana emitida por el mismo arcipreste Azkkara.
Aquel anciano gobernador borracho se había convertido en el más feroz protector y fiel devoto de Crucifixia luego de que ésta le devolviese la vida a su sobrina amada. Sobra decir que Crucifixia proyectaba su voluntad a través de la resurrecta ninfeta al viejo para que está la cumpliese ciegamente.
Pero Clemente fue más allá retando incluso a la Baronesa a salir a encararlo públicamente a sabiendas que la Baronesa no lo encararía. Era cierto. No fue Crucifixia quien salio a su encuentro. Sino el mismo gobernador y arcipreste Angello Azkkara.

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Aquel día sería conocido en la posteridad cómo el día de las hogueras Hurdenianas. En Hyerosolimá guardarían una sola línea al respecto. Los juicios de Santa Crucifixia.
El arcipreste Angello Azkkara estaba harto ya del autoproclamado Prínceps Patri Clemente Savola y sus desvaríos cada vez más furiosos y brutales contra Crucifixia y, siguiéndole el hilo al falso vidente, optó por un reto tan extremo que no podía menos que doblar al Hocicón aquel.
~ Veamos cuan Santo es el supuesto Prínceps Patri Clemente, le reto a probarlo por medio del fuego purificador, dos hogueras en las que ése fariseo infeliz amante del oro y yo arderemos. Sí el es en verdad Santo, ha de entrevistarse ante Lady Crucifixia. Pues no aceptaré prueba menor de santidad de ése perjuro.
La multitud quedó boquiabierta, aquel ritual era sólo para proscritos y blasfemos de los más reticentes, obviamente el fuego para brutos paganos no afectaría el espíritu Santo del bien varón Savola.
Angello Azkkara esperaba ante la hoguera que le habían reservado. A su lado, otra pira aguardaba para que el Santo sacerdote excomulgado y vocero de dios subiera al martirio por el fuego.
El viejo gobernador sonreía cruzado de brazos aguardando a que el falso profeta arribará, todo el gentío se agolpaba en aquel acto circense.
Y Tamir Musshá aprovecharía para infiltrarse en el palazzo de Crucifixia

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El bandido Baelí salió a la calle envuelto en una túnica gris sus furtivos pasos recorrieron las penumbrosa callejuelas. El fuego de la plaza central señalaba el palazzo de Crucifixia, sí Tamir iba a actuar, debía hacerlo en ése instante, todos los locos estarían mirando arder a los viejos hombres de fe mientras el ladrón Baelí saqueaba las arcas de la falsa profetiza.
Con habilidad, Tamir se balanceo hacia un tejado bajo, pétreo y algo saliente por el cuál pudo ascender a los altillos.
Tamir comenzó a deslizarse por las cornisas de los edificios que rodeaban la plaza, abajo, más allá de la mirada de los curiosos, los ojos del arcipreste destellaban con la locura del fanatismo mirando arder el fuego sacro.
~ Sí el blasfemo resulta hallado culpable de perjurio, será lanzado al fuego junto a sus nobles antecesores, veremos sí esos reyes Arden mejor que éstos leños. - clamó el gobernador siendo vitoreado por los devotos de Crucifixia y duramente insultado por los faccionistas savonianos.
Tamir no perdió el tiempo, miró la entrada sudoeste del palazzo donde sólo había unos pocos guardias distraídos con la tragicomedia que se realizaba ante ellos.
Con habilidad, el ladrón bajó desde su alto punto de observación, el acceso sería un poco complicado aunque no tanto. Los relieves tallados en la rica del palazzo tenían una hipnótica apariencia viva, Tamir pensaba usarlas de aliadas ya que todos los seres de carne en Hurdenia habían perdido la razón por una demente sed de sangre ciega.
~ He sabido -dijo uno de los piqueros custodios encargados de vigilar la puerta mirando las piras de la plaza a su compañero de oficio. ~ que Savola no vendrá. Está en trance de comunión y dicen que profetizó que antes de mañana un dichoso milagro probaría, indivisiblemente que el era el emisario del Dios.
Su compañero, apoyado en su alabarda, rió de buena gana.
~ Sólo que el milagrito sea la muerte de su valedor, el arcipreste de Hellgabalium que le costeaba todo, desde vinos, mujeres, papeletas para sus locuras y permisivas para sus blasfemias. El burgués se fue de cabeza por el albañal del señor anoche antes de vísperas.
Tamir se deslizo como víbora entre las estatuas talladas hasta la entrada broncinea del palazzo.
Sonrió ante la ocurrencia del guarda y no se permitió reír hasta que la doble cerradura de uno de los ventanales se hubo cerrado tras su entrada.
~ De cabeza por el albañal del señor... - remedó en broma aquélla frase, imaginó al buen arcipreste deslizándose cabeza abajo por una reluciente rampa mármolea tapizada en mierdas hasta una saliente rocosa a unas miasmas salitrosas de aguas malas y otros desechos humanos. - cómo no hacen eso todos éstos puercos infieles de una vez. - reflexionó más seriamente el ladrón sacando de una Alforja corrediza atada a sus hombros un cincel puntiagudo reluciente de acero oscurecido por el uso y los años y un martillo caminando sigiloso por los pasillos tapizadas de gruesas alfombras.
La oscuridad empezó a volverse más densa a medida que la luz de las hogueras exteriores se iba quedando atrás de él.
Tamir se sintió un tanto cohibido, cosa que jamás le había sucedido desde sus mocedades. Notó la niebla de fragante incienso y aceites inidentificables, pero él, Baelí, poseía un olfato muy fino, más semejante al de los fieros dogos cazadores míticos de Baelzeor que a la de tímidos humanos mortales, debajo de toda esa pestilencia enervante, Tamir Musshá percibió él inequívoco perfume de la carne muerta y la sangre fresca.
La oscuridad pronto se aclaró un tanto al llegar a las cámaras bajas, debido a aquél descubrimiento olfativo, el bandido se decidió a guiarse por el olfato, el olor ahora evidenciaba una nota muy distinta, algo que hizo que al bandido se le erizara el vello de la nuca y que su piel broncinea se tornara tan pálida cómo el marfil.
~ Al-Ghul... - murmuró en su lengua materna asociando aquél olor a las leyendas de su tierra.
Tumbas abiertas largo tiempo al sol, agua estancada, carroña, heces secas y frescas, el olor de una tumba rellena de agua miasmica guardando el cadáver pútrido de una momia.
El olor de una maldad proveniente de los abismos de la muerte.
Al fin, el ladrón Baelí llegó a una salita oscura en la que sólo un trípode iluminaba un escritorio señorial ricamente tapizado.
Sonrió aliviado, sí en ése palazzo había demonios, el saldría sin molestarlos, pero había llegado ya muy lejos para irse sin nada. Tamir sólo allanaría aquél escritorio en busca de un tesoro, el que fuese, sí resultaba afortunado, podría salir de ahí con algo de metal macizo, en el peor alguna reliquia qué negociar cuando la Santa se fuese de Hurdenia con sus fanáticos seguidores.
Así pues, Tamir Musshá, ladrón Baelí caminó armado con su martillo y cincel hacia el exquisito mueble. No imaginaba el sonriente vividor Moreno qué su entera vida cambiaría a partir de ése momento, lo qué sería sólo un párrafo en la historia global sería un capítulo crucial de su vida.
Tamir se acercó confiado, grande fue su sorpresa al ver qué aquél escritorio no era tal, era una caja oblonga trabajada primorosamente para semejar la imagen de escritorio, un curioso ingenio artístico que Musshá apreció gracias a su noble oficio de catador de reliquias.
Contenía un cerrojo y otros artilugios sofisticados aunque ninguno podría resistirsele, en pocos golpes de martillo los cerrojos saltaron. Cuando la tapa de aquélla caja oblonga se elevó, Tamir retrocedió dando arcadas ante la pesada peste que brotó de la caja, hasta ése instante, la velada pestilencia parecía impregnar todo de manera sutil, y aún así era casi irrespirable, pero aquél hedor era inhumano, irresistible y mortífero. Era la insania total convertida en brisa mefítica.
Y la tapa de la caja oblonga giró hacia atrás con un apenas audible siseo de sus goznes argentinos. Una bruma rojiza de hedor brotó de la cuadratura aquélla que ahora parecía aún más, una boca al abismo.
El Baelí se dio cuenta de la estupidez realizada e intentó cerrar aquélla caja.
Cuando Tamir tomó la tapa para cerrarla no pudo evitar mirar el abismo contenido en tan estrecho espacio. Los ojos color miel de Musshá se abrieron desmesuradamente, su iris se contrajo en un sólo punto azorado y demente, todo su rostro era una dolorosa mueca de terror puro, un violento temblor convulso amenazó con hacerlo soltar la tapa de aquélla caja.
Un grito mudo. Esa era la expresión esculpida en la cara del bandido, una mueca similar a la de las gárgolas que le habían servido de ayudantes en su incursión en aquélla encantada sucursal del infierno.
~ Ibi cuvabit Lamia... -siseó quedamente Tamir mirando el interior de la caja.
Dentro, un hirviente caldo de sangre, vísceras, miembros mutilados y otras excreciones lo saludo elevando sus volutas de peste, manos, pies, cráneos descarnados, tripas y otras partes menos identificables de los humanos flotaban dentro de aquél caldo profano humeantes en sangre, pero lo que hizo que los cabellos y barbas negro azabache del Baelí encanecieran fue lo que se enseñoreaba en aquél tonel hermoseado por fuera y corrupto por dentro. Aquélla criatura raquítica de cabellos largos y rojos, de piel blanca nacarada y estriada de sangre e inmundicias en que el resto del cuerpo profano del ser se sumergía. Los ojos de aquélla criatura estática eran los de un demonio soñando el trance de la muerte. Las leyendas de sus ancestros y los cuentos de viejas de su tierra gritaron triunfales junto a el en un grito ronco y deliciosamente in crecendo que el Baelí dejó escapar.
Los ojos del ser parpadearon en un Angulo antinatural y las fauces se contrajeron en una mueca horripilante que parodiaba una sonrisa, los ojos felinos y hambrientos, lo enfocaron fijamente
Antes de que la criatura supiera lo que pasaba, el bandido colocó el punzón metálico, grueso y pesado contra el pecho del ente, entre dos resecas mamas semi momificadas y elevó el martillo apretando los dientes con las babas de la insania chorreados por las comisuras de sus labios
Tamir Musshá sabia que la cordura lo abandonaba cómo las ratas abandonaban la embarcación zozobrante, así que con todas su fuerzas físicas y psíquicas intentó aferrarla lo mas que pudiera, por lo menos hasta...
... Empalarle el corazón...
A Crucifixia...
Cultellus...
Lo siguiente que el bandido escucho fue el tintinear del martillo una vez tras otras, sintió su brazo subir y bajar y el sudor del esfuerzo refrescó un poco su afiebrada mente recordando la canción que Abuelo Sahid le había enseñado en su niñez, cuando era forzado a cuidar cabras junto a sus hermanos. La canción contra el espíritu de la noche.
A medida que su mente se alejaba de aquél ataúd y viajaba a las estepas de su niñez junto a su abuelo y hermanos, su mente fue adquiriendo valor. Sus pies se afianzaron y, no sin un extraordinario esfuerzo, Tamir Musshá recobró el ánimo.
La mano más firme y la resolución de un varón Baelí ardiendo en su pecho, Tamir clavo más certeramente el punzón en el pecho reseco aunque correoso de aquél ente necrófago.
La criatura soltó un chillido infernal jadeando, Musshá notó el rictus de dolor del ser lanzando martillado tras martillado, un tronido seco resonó en la caja torácica del ser y el punzón se hundió con facilidad escalofriante, dos, tres, cuatro golpes después y sólo un pequeño resquicio metálico asomaba del pecho escuálido y Albino.
Los ojos negro y rojo de la criatura estaban fijos en el techo, de ellos brotaban dos hilillos de sangre, de la boca abierta rezumaba una fétida materia purpurea Tamir retrocedió mirando la momia aquélla hundirse en la inmundicia fundiéndose en aquél miasma a los desechos de sus víctimas previas.
Tamir salió aún temblando, envejecido y con unos cuantos traumas que lo acompañarían desde ése momento hasta su último respiro, no sonreía, el bandido había perdido la capacidad de sonreír. Sí aquellas criaturas dirigían la insana fe que obligaba a quemar gente, torturar locos y adorar esos demonios enjoyados entonces no había que ser pecador muerto para saborear el infierno, aquél mundo de tinieblas ya lo era. Con oscuros pensamientos, Musshá atravesó la plaza ya sin cultarse, no miró de reojo a los dementes que arrojaban a un loc o vociferante de ego a las llamas junto a un montón de momias secas mientras la risa de Angello Azkkara resonaba entre las llamas cómo una aria a la insania.